
Como he referido en escrito pasados, el gusto que el sujeto tiene por el conocimiento, es un proceso que empieza desde el momento de nacimiento, y que se aumenta en la medida en que crece el chico y este tiene más desarrollados sus sentidos, y es estimulado por esta labor –conocer- tanto por la madre –juego ausencia presencia- como por el padre –permitiendo que su hijo conozca distintos personas, ambientes y realidades, y motivando ciertos cuestionamientos sobre eso nuevo que ha conocido, algo que despertará mayores deseos por segur investigando-.
También señale que la tarea del padre solo tiene efecto en la medida que la madre lo haya nombrado en su discurso con el hijo, y le haya dado en ese discurso la importancia necesaria, lo cual permitirá que esta figura –el padre- sea un referente de mucha importancia para su hijo.
Como tercer punto, nombre el hecho acerca que crear la motivación en su hijo por conocer, esta refrendado en que los padres sientan como fundamental esta actividad –saber- para ellos mismos, y lo den a conocer a su hijo en la medida en que los observa, leyendo, estudiando por su cuenta, haciendo cursos…-. De esta manera, el niño quiere conocer, descubrir, investigar porque asocia que haciéndolo tendrá un vínculo de mayor cercanía con sus padres.
Posteriormente cuando estas figuras parentales, introducen al niño en diversas actividades para que descubra su propio deseo ligado no solo a lo deportivo sino también al conocimiento, estas motivaciones se desarrollan con un gran vínculo emocional ligado a su propio placer y no al querer lograr la aprobación de papá y mamá –el niño descubre que el conocimiento y/o el estudio es una actividad sustitutiva al placer primario, o sea la relación fusional con su madre, y el vínculo muy cercano con su padre-.
Decir que el preadolescente ha descubierto algún deseo con el conocimiento y el estudio, no implica que los padres no deban realizar un seguimiento diariamente de sus actividades tanto en la institución educativa como las extracurriculares, antes por el contrario, ellos como figuras más queridas por el menor, promoverán que él aumente más su vinculación emocional con sus intereses.
Consiguiendo que el hijo tenga cultivado sus propios intereses como forma de satisfacerse a él mismo y no a sus padres, existirán más posibilidades que estas motivaciones se conserven, y aumenten en su intensidad, en la época de la adolescencia.
En este caso, el estudio, el conocimiento y las actividades académicas, se concebirán por el hijo como emocionalmente más importante que el mandato biológico producto de las hormonas sexuales. Mandato que focaliza el esfuerzo del púber en aspectos referentes a las amistades, la competitividad con sus pares y ser atractivos para el sexo opuesto.
La significación alta del conocimiento en sí y del estudio como medio organizado de llegar al saber que haga el adolescente, requiere estar complementado con otros aspectos como la adaptación que el joven tenga a la institución educativa y a los grupos en que haga parte, en cuanto a metodología, compañeros…
Tanto dicha significación como los aspectos complementarios, al igual que el niño de primera infancia y el preadolescente, debe tener un seguimiento cotidiano de los padres que permita a estos últimos hacer las formaciones y retroalimentaciones correspondientes.
Por otro lado, el hecho que el hijo no tenga ningún tipo de interés por el rendimiento académico, su estudio o el conocimiento, puede denotar un vínculo disfuncional con sus padres desde la primera infancia, acompañado de escasa proactividad consigo mismo, especialmente en aspectos como hacerse cargo de su presente y visualizar su propio futuro.
Ante esto, los padres, mediante un acuerdo entre ellos, deben exigirle a su descendiente, la realización de un proceso terapéutico que permita recomponer los lazos disfuncionales entre el hijo y sus padres, y con ello transformar el vínculo emocional del púber con el conocimiento.