Redefinición de metas de los adultos entre 25 y 40 años.

Entre los 25 y 40 años, muchos individuos se dan cuenta que las metas que crearon para ellos, durante la niñez, la adolescencia y la adultez joven –edad comprendida entre los 18 y los 25 años-, se convierten en inalcanzables o no tienen fundamentos prácticos, puesto que han sido formuladas a través de una entera subjetividad. Recién cumplidos los 25 años, existe un conocimiento sesgado de la realidad puesto que  esta  ha sido vivida a través de la protección y apoyo continuo de sus figuras parentales

Además de lo anterior, dicha subjetividad se ha intensificado, en la mayor parte de los casos, por una fantasía no mediada por una planeación objetiva en la cual, con base en diagnósticos de sí mismo, se proyectan programas de acción a corto, mediano y largo plazo, los cuales responden a los cuestionamientos ¿Qué?, ¿Cuándo?, ¿Cómo?, ¿Dónde?.

Al ser consciente de la inaccesibilidad de sus motivaciones, el adulto entre 25 y 40 años presenta un conflicto interno por esta temática, lo cual tiene la capacidad de aumentar las crisis que ocurren a los treinta años –desequilibrios producidos por la consecución de la estabilidad laboral, la independencia monetaria, las relaciones de pareja y la presión que ejerce la sociedad en cuanto la tenencia de hijos-.

El conflicto interno presentado exige que el adulto se adapte a la realidad que esta viviendo y replantee sus sueños, sea haciendo unas pequeñas adecuaciones  a sus aspiraciones de acuerdo a lo que pasa en el presente, o sea modificando completamente sus anhelos.

En cualquiera de los dos casos, los individuos deben exteriorizar su competencia de adaptación, cualidad que debió ser interiorizada desde la primera infancia –seis primeros años de vida-, de acuerdo a los vínculos afectivos que tuvo el niño con sus padres, la observación que el hijo llevo a cabo sobre la relación emocional entre papá y mamá, y la observación que desarrollo el niño y posteriormente el adolescente de los comportamientos de sus figuras parentales con las personas con las cuales interactuaba.

La competencia de adaptación se comienza a formar cuando los padres deciden llevar a su bebé, quien tiene alrededor de seis meses de edad, a lugares diferentes a su hogar, para que tenga contacto con otras personas y conozca nuevas realidades, algo que genera reacciones de llanto y desconfianza, en un porcentaje considerable de ocasiones, dependiendo del temperamento del niño y el tipo de socialización que haya tenido con sus padres.

En la medida en que, tanto madre como padre, hayan tenido un apego seguro con su hijo y un proceso de ausencia-presencia equilibrado, el pequeño tendrá mayor apertura afectiva hacia lo novedoso, de tal forma que esto no lo desestabilizará emocionalmente.

Por el contrario, si los padres han tenido con su hijo un apego inseguro junto a un proceso inadecuado de ausencia-presencia, el niño tendrá inconvenientes con las primeras interacciones con cosas, personas o ambientes, puesto que si no confía en sus progenitores, mucho menos lo hará con alguien externo a ellos, además que el niño  puede definir lo nuevo como inhóspito y agresivo.

A partir del doceavo mes de vida, la entrada del padre para cortar la relación fusional entre madre e hijo, permitirá que la adaptación del menor tenga mayor desarrollo en la medida en que la figura paterna, o quien haga sus veces, comparta con el niño otros espacios y acciones, diferentes a los realizados frecuentemente, con otras personas que no sean su madre.

Los adultos responsables de la formación del niño, deben sacarlo, de manera divertida, de su zona de confort, ocasionando cierto nivel de crisis, por la cual, la formación de la competencia de adaptación esta asociada con la formación de competencias de manejo de crisis, tolerancia a la frustración, perseverancia en la consecución de logros, capacidad de organización, planeación y proyección entre otras. Motivar al niño para que salga de su zona de confort, solo lo puede conseguir aquel padre con el cual tenga una relación fuerte, amorosa y saludable.

En la medida que el hijo haya tenido una formación sólida de esta competencia, será capaz de enfrentar con funcionalidad la adecuación de sus metas subjetivas a la realidad objetiva en las distintas etapas de su vida, especialmente cuando sea mayor de 25 años, edad en la cual una de sus principales motivaciones es la búsqueda de su independencia financiera y emocional.

La formación de esta competencia también se encuentra relacionada con que los padres incentiven y orienten en su hijo, después de su pre-adolescencia, el desarrollo de una planeación a corto, mediano y largo plazo, partiendo de un diagnóstico personal.

Planeación que será evaluada y retroalimentada por los padres, de acuerdo al conocimiento que ellos tengan del mundo real, permitiendo de esta manera, que su hijo tenga unas motivaciones más objetivas con respecto a la realidad con la cual se enfrentará por su cuenta, evitando crisis que podrían ser muy extremas, originando entre otras cosas trastornos depresivos, ansiosos…

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *