
La separación de los padres, especialmente en los años de infancia y adolescencia, produce variadas emociones y sentimientos negativos, debido a razones que pueden ser generales y particulares. En el caso de las últimas, estas ocurren de acuerdo a las características de los vínculos emocionales que cada hijo tenga con el padre y con la madre.
Los motivos generales se asocian al desvanecimiento que se da en la mentalidad del adolescente, tanto del concepto de familia como de los ideales ligados a ese concepto. Transformaciones que generan crisis en las bases emocionales de un porcentaje importante de hijos.
Este tipo de crisis no son las únicas que el púber presenta y rechaza, puesto que existen otras dadas por la incomodidad para acomodarse a nuevas condiciones de vida –casa, condiciones económicas, cambio de instituciones educativas en algunos casos, posición que tomará con sus amigos como hijo de padres separados..-, dejando atrás una realidad que aparentemente generaba mucha felicidad.
Adicionalmente, el hijo siente, en su fantasía, que será abandonado por aquella figura parental que dejará físicamente el hogar. Esto se intensifica en la medida en que el padre o madre que se queda con el espacio físico –casa- se victimiza ante los hijos.
En el momento en que existe una victimización, las consecuencias negativas, a nivel emocional, de la separación de los padres, dejan de ser generales, convirtiéndose en algo particular que tiene relación con el vínculo afectivo disfuncional entre padres e hijos.
En esta realidad, los hijos observan a sus padres con demasiada tristeza. Estado afectivo que sus descendientes pueden leer, muchas veces mediante el discurso del padre o la madre, el cual se encuentra cargado de derrota, y otras veces mediante un sentir acerca de la desmotivación del adulto con su vida, demostrando, en ambos casos, una carencia de fortalezas emocionales para asimilar un proceso de separación y sobreponerse a los hechos negativos como consecuencia de esta situación.
El adolescente se identifica tanto con este padre o madre víctima, que se siente traicionado por la figura parental –padre o madre-, que motiva la separación -sea por infidelidad, terminación del amor…-, el cual en una cantidad significativa de ocasiones es quien deja el hogar.
En este punto, el hijo asume que su figura parental con la cual se identifica, es un igual. Un amigo al cual necesita ayudar y consolar puesto que tiene muchas emociones negativas como rabia, tristeza… que están descompensando su armonía interior. Igualmente, el hijo adolescente siente lastima de su padre o madre y decide tomar algunas responsabilidades de la casa y en muchos casos de su trabajo puesto que cree que él/ella no es capaz de hacerlo por sí mismo.
El adolescente empieza a hacer cosas, algunas que tienen relación con él, pero que no son de su competencia directa. Labores de adultos que impiden que ellos como hijos adolescentes se centren en sí mismos, y puedan tener un proceso de maduración adecuado.
En esta situación, están los hijos adolescentes que animan constantemente a sus padres para que se repongan, realicen actividades con sus amigos, salgan con otras personas, los hijos que se hacen cargo de sus hermanos, dejan de salir con sus amigos o pareja para quedarse consolando a su padre o madre..
Este padre o madre, quien presenta comportamientos victimizantes y pasivos ante la situación de duelo que vive actualmente, está reafirmando el vínculo afectivo disfuncional que ha tenido con sus hijos a lo largo del tiempo. Vínculo que toma unas especificidades en esta época.
El hijo, por la conducta de su padre o madre, deja de tener muchas experiencias que son determinantes para su desarrollo psicológico. Al no tener dichas vivencias, el sujeto vive su adolescencia con muchos vacíos y la imposibilidad de haber tenido aprendizajes de todo tipo.