Crisis del adulto joven.

Como se dijo en el escrito pasado, el comienzo de la adultez joven, es un periodo en que existe un duelo por dejar las implicaciones imaginarias y las reales del periodo de la adolescencia, lo cual se relaciona íntimamente con la finalización de la educación secundaria.

Algunos adultos jóvenes pueden aceptar, emocional y racionalmente, la pérdida de la adolescencia, integrándose de manera equilibrada a su nueva etapa del desarrollo. A pesar de lo inevitable de esta muerte, los individuos son capaces de conservar los aprendizajes conseguidos en la pubertad, y analizar su mismisidad, de tal manera que puedan ser conscientes de las fortalezas y debilidades adquiridas de los 12 a los 18 años, para su potencialización o disminución.

Esta aceptación solo es posible cuando las figuras parentales ejercen una función proactiva en el acompañamiento emocional hacia su hijo, la orientación sobre sus proyectos, la normatización de sus comportamientos que demuestren poco control, daño a los demás o acciones antisociales.

Adicionalmente, dicha aceptación se da con mayor facilidad cuando existe un proceso terapéutico. Espacio en el cual, el adulto joven puede tramitar sanamente, mediante el discurso, las emociones displacenteras que tiene al abandonar su adolescencia. Esta tramitación también permitirá que el conozca su ser, y por ende, su verdad.

Este sujeto se siente en otro lugar tanto para sí mismo como para el orden social. El es capaz de llevar cabo determinados ajustes internos que le permitirán darle más forma a su proyecto de vida, y enfrentar eficazmente las amenazas tanto de sí mismo como del medio ambiente –desempleo, mercado demasiado competitivo, necesidad de mostrarse ante los demás, pocas habilidades de introspección, dificultad para auto-regularse y  para manejar su ansiedad…-.

Por otro lado, los nuevos adultos jóvenes cuyos padres no tienen unos vínculos funcionales con ellos –sus hijos- en estos años, y que además no pueden gozar de los beneficios de un proceso terapéutico, no gestionarán y no finalizarán este duelo, quedando pegados en una forma de sentir, comportarse y actuar adolescente.

En estos casos, la crisis se convierte en algo manifiesto, provocando acciones que denotan inmadurez afectiva. Los comportamientos de los adultos jóvenes, aún están desafiando la palabra de sus padres, aunque dicho discurso sea algo orientativo, este es considerado como intimidatorio por estos adultos con mentalidad de adolescentes.

En cuanto a su entorno, el adulto joven envuelto en crisis no es capaz de orientar su deseo, y este se pierde en el espacio. Al no tener un proyecto de vida claro, él no tiene las herramientas para la escogencia de grupos adecuados que le permitan desarrollar una identidad social.

Mientras el adulto joven que ha cerrado su duelo por su abandono de la adolescencia, tiene las potencialidades para aumentar el grado de independencia emocional hacia sus padres y su capacidad para la resolución de conflictos por sí mismo, el sujeto, entre 18 a 25 años, que se queda fijado a la pubertad no puede desarrollar su identidad social, y tiene inconvenientes para aumentar su nivel de auto suficiencia, lo mismo que para tener vínculos afectivos funcionales.

El adulto joven que no ha tenido un proceso de duelo completo, todavía se encuentra en búsqueda de la adquisición de una identidad individual, al igual que aquellos asociados a la escogencia de grupos por razones emocionales, tal como ocurre en la adolescencia.

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