
El divorcio, según Carles Testor quien es psicoterapeuta de familia y de pareja, es la oficialización del proceso de separación de las parejas que conviven. Situación generadora de dolor para los miembros de la pareja que se disuelve, repercutiendo en los familiares que conviven con ellos y en la familia extensa.
El divorcio, en un primer momento, puede dar origen a un sentimiento de liberación por la decisión tomada, por haber decidido solucionar un problema insoportable o por haber dado un paso decisivo hacia un nuevo camino. Empero, la duda, la sensación de haber fallado junto con la culpa, son aspectos que generan desazón y un profundo sentimiento de pérdida.
De esta forma, se puede concluir que el divorcio además de un duelo que se debe tramitar con el direccionamiento de un otro terapéutico, también se convierte en una herida narcisista que implica aceptar la poca capacidad que se tuvo para solucionar los inconvenientes de pareja, e implica re significar muchas conceptos que el sujeto, en muchas ocasiones, consideraba inamovibles, lo cual solo se puede dar a partir de un proceso con un profesional de la salud mental.
La unidad de pareja y familia de la fundación Vidal Barraquer, han concluido que el proceso de divorcio tiene cuatro fases: La decisión de divorciarse, planteamiento de la ruptura del sistema familiar, la separación propiamente dicha y la desvinculación tanto emocional como financiera.
Acerca de la decisión de divorciarse, esta implica el proceso de reconocer la incapacidad para resolver el conflicto de la pareja y la aceptación de parte de la responsabilidad de aquello que esta ocurriendo. Tomar esta decisión puede provocar sentimientos de culpa, aislamiento, desinterés para colocar el esfuerzo y la adecuada atención a otros temas familiares, y eventualmente causa tristeza que se puede convertir en depresión en caso de no estar acompañada de un proceso terapéutico.
La segunda fase del proceso de divorcio, o sea el planteamiento de la ruptura del sistema familiar, implica llegar a acuerdos sobre la custodia de los hijos, el régimen de visitas, la cuota alimentaria y la división de bienes. Es recomendable que estos procesos se manejen con profesionales específicos y organizaciones especializadas –abogados, psicólogos, comisarías de familia, consultorios jurídicos, ICBF… – y queden plasmados en actas escritas, y no sea algo que se concluya de manera oral entre los miembros de la pareja.
En cuanto la reunión de los padres con el psicólogo, esta tendrá como principal objetivo tramitar de manera funcional las emociones negativas productos de la separación, de tal manera que ambos miembros de la ex pareja tengan la capacidad para llegar a acuerdo en cuanto al manejo de su hijo.
La tercera etapa del proceso de divorcio es el de la separación, algo que supone la elaboración del duelo por la pérdida de la relación y de la unidad familiar. Esto conlleva la reestructuración del vínculo entre los ex cónyuges y la aceptación que hay que iniciar una nueva forma de ejercer la responsabilidad con los hijos.
En este punto, se tiene que readaptar la economía, el trabajo y el tiempo libre a los nuevos compromisos, por lo cual cada padre requiere modificar su proyecto de vida con el propósito de establecer un equilibrio entre las necesidades propias y las de sus descendientes.
La última etapa es la desvinculación, espacio de tiempo que implica la aceptación de la realidad de la separación por parte de los dos miembros de la ex pareja, superando así la fantasía de la reunificación. Aquí, se encuentran los procesos para restablecer la autoestima, la capacidad para afrontar con ecuanimidad el juicio de terceros, el inicio de relaciones sociales diferentes, y eventualmente, la vinculación afectiva con una nueva pareja.
Es necesario que cada miembro de la pareja que se encuentra en alguna de estas cuatro fases, desarrolle un proceso que permita tramitar, por medio del discurso con un otro terapéutico, el malestar emocional producto de esta situación dolorosa, y lo asocie con su historia conocida y aquella que conocerá durante las sesiones, propiciando de esta forma la disminución de la tristeza y la creación de formas nuevas de concebir la existencia, permitiendo así direccionar la recuperación afectiva y poner al sujeto en un nuevo lugar.
Adicionalmente, los hijos de esta pareja requieren la realización de su propio proceso terapéutico con el objetivo de gestionar sus emociones negativas de forma sana y no mediante actos perjudiciales para sí mismos –trastornos alimenticios, depresión, inconvenientes con la autoridad, adicciones…-.
Algunos hijos tienen emociones negativas asociadas con la culpabilidad que sus figuras parentales se encuentren en proceso de separación. Ellos se pueden cuestionar si no habrá sido su culpa la presente situación debido a la no realización de cierto comportamiento….
Sentimientos que tienen su razón de ser desde la subjetividad del hijo puesto que encontraron muchas memorias con las cuales enlazarse. Asociaciones que solo pueden destruirse con la manifestación de sus vivencias y recuerdos junto a las retroalimentaciones e interpretaciones implementadas por el terapeuta durante las sesiones, y no desde una verbalización tranquilizadora o enjuiciadora de los sujetos a su alrededor.