La fantasía del cuento de hadas.

El animismo, del cual se habló en un escrito pasado del presente blog, forma parte del mundo fantasioso del niño, el cual permite entender y apropiarse emocionalmente de la existencia, antes de poseer las suficientes capacidades cognitivas para adquirir el conocimiento científico, el razonamiento abstracto y manejar este tipo de pensamiento –abstracto- de manera compleja.

Fuera que los argumentos de los cuentos de hadas se basan en situaciones fantasiosas, por lo cual no ocurren en la realidad, también dan pie a que el niño conciba asociaciones con otras historias que para el adulto suenan imaginativas pero que se encuentran íntimamente vinculadas con su realidad interna.

Realidad que puede ser amenazante pero que el niño no se da cuenta de ello puesto que permanece latente y apenas muestra unos pequeños visos a la consciencia. El pequeño soluciona los problemas que plantea el cuento al identificarse con el héroe y de la misma manera resuelve tópicos de su subjetividad que producen cierto o bastante grado de malestar.

La fantasía del cuento de hadas, y más cuando el niño es capaz de crear ilaciones con lo interno permite dar repuestas a las dudas trascendentales que ocurren en la primera infancia y con una edad un poco superior –seis a ocho años-. Cuestionamiento que solo se pueden resolver a través de la subjetividad propia de la niñez, y no mediante respuesta objetivas que proporciona el adulto.

Al mezclar el mundo interno con la narración objetiva del cuento de hadas, se produce una realidad enteramente placentera para el menor y para el adulto quien goza del bienestar y alegría que el pequeño profesa con esta obra literaria y con la interacción que existe entre los dos.

Aunque los padres lectores no comprendan la mayor parte del universo fantasioso que maneja el pequeño, puesto que ellos viven inmersos dentro de un mundo objetivo y de reglas, los adultos pueden simpatizar y empatizar con las emociones del menor puesto que las experimentaron hace muchos años.

De esta forma, tanto papá como mamá se pueden devolver emocionalmente a su infancia y facilitar el camino para que el menor sienta la curiosidad por investigar su subjetividad, mediante la manifestación de cuestionamientos, así como de retroalimentaciones e interpretaciones que permitirán que él sienta su presente, y se conecte con su pasado tanto personal como arquetípico.

La fantasía es un paso necesario en su desarrollo emocional, el cual es funcional cuando se produce en la primera infancia, o sea antes de la complejización de su funcionamiento cognitivo. En caso de no darse en esta etapa, es muy factible que aparezca durante la adolescencia.

Si esta situación ocurre, las transformaciones neurobiológicas, psicológicas y sociales de la persona entre 12 y 18, promueve que la fantasía aparezca con demasiada fuerza, tanto así que en algunos casos incentiva que el sujeto pierda contacto con la realidad o se cierre emocionalmente ante el mundo objetivo.

Dicho peligro se minimiza en la medida que los padres estimulen, o por lo menos no coarten, la aparición de la fantasía en la primera infancia de su hijo. Al mismo tiempo, ellos requieren incentivar la enseñanza acerca de la posibilidad de generar una interacción constante y funcional entre lo objetivo y subjetivo.

Dicha interacción puede ocurrir en la primera infancia cuando el menor, con ayuda de sus padres o adultos quienes están a su lado, aprende sobre el significado simbólico de la narración del cuento de hadas, y los adecua a su yo con el objetivo de solucionar malestares psicológicos.

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