Capacidad del adulto de mediana edad por vincularse con adultos mayores.

Cuando el adulto toca la mediana edad, o sea los cuarenta años, tiene muchas crisis que se han explicado en textos anteriores, lo cual permite visualizar tanto el mundo como su existencia, desde otro punto de vista, más ligado a la tranquilidad, bienestar y servicio a los demás, que a la adquisición de bienes y la necesidad de tener mayor éxito que otros, y por ende, conseguir su admiración y definir su autoestima a través de esas acciones.

El nuevo lugar en que se coloca el individuo, el cual favorece procesos empáticos, junto a tener solamente una etapa de distancia tanto con los adultos mayores, como con los adultos de 25 a 40 años, permite una vinculación afectiva con mayor fuerza con los sujetos que pertenecen a estas dos etapas.

Facilidad para generar afectos que se va disminuyendo en la medida que exista más distanciamiento. De esta forma, se puede observar que los adultos de mediana edad pueden tener diferenciaciones muy marcadas, respecto de la forma de conceptualizar y sentir la existencia, con respecto a los adultos jóvenes, los adolescentes, y mucho más con los infantes.

Esta es una de los motivos por las cuales es posible fortalecer los lazos afectivos con las figuras parentales en estos años, pudiendo establecer conversaciones profundas y compartir espacios de bienestar, en los cuales existan gustos afines y variados elementos identificatorios que incrementan los afectos y las características en interacciones entre ellos –padres e hijos-.

Adicionalmente, los adultos de mediana edad se encuentran interesados en que los adultos mayores compartan sus experiencias y maneras de interpretar esas vivencias, puesto que son sus preocupaciones a corto y mediano plazo –relaciones de pareja, proyecto de vida, cuestionamientos de salud, planes recreativos…-.

La calidad de este vínculo entre los adultos mayores y los de mediana edad puede tener consecuencias en la re significación que los hijos han tenido de sus padres a través del tiempo, puesto que al convertirse sus figuras parentales en sujetos objeto de tres tipos de vulnerabilidades –biológica, psicológica y social-, los hijos pasan a una situación de ser padres de sus propios padres.

Cambiar de un lugar de ser protegido a proteger, y acompañar, tanto aceptando como asimilando emocionalmente, el proceso declinatorio de sus padres en todos los niveles, es un proceso que no todos los hijos se encuentran capacitados para realizar, razón por la cual requieren de un apoyo terapéutico.

Apoyo terapéutico que tiene como uno de los principales objetivos, la manifestación de las emociones negativas por este proceso en sus propios padres, confrontando estas emociones y ejerciendo comportamientos para su minimización, evitando que se produzca el alejamiento hacia el adulto mayor por no poder soportar estos malestares afectivos.

En caso que no se produzca este apoyo, los hijos que no soportan el decaimiento físico, cognitivo, adaptativo, emocional y de lenguaje de sus padres, pueden implementar comportamientos de abandono y/o negligencia emocional, desperdiciando la oportunidad para darle otro sentido a un pasado, por medio de las interacciones presentes.

Cuando el hijo adulto de mediana edad interioriza, desde su sentir y desde su saber, que ha de colocarse desde una posición de protector, facilitador y alguien que mejorará las condiciones de vida de sus figuras parentales, sus imágenes acerca del proceso edipico sucedido en la primera infancia, tendrán la potencialidad de la modificación y del cierre en caso que este camino este inconcluso.

Como conclusión, los hijos de mediana edad pueden aumentar su ligazón afectiva con sus padres debido a la cercanía generacional y al entendimiento que las experiencias de los adultos mayores son las preocupaciones de los hijos a corto y mediano plazo, razón para ponerles especial cuidado y obtener un aprendizaje que permitirá afrontar de mejor manera estas situaciones en veinte o treinta años.

Además, los descendientes intensifican su vínculo con sus padres, puesto que, producto de las vulnerabilidades de los adultos mayores, modifican su lugar respecto a sus primeros objetos de amor. De protegidos pasan a protectores y a facilitadores de su felicidad, algo que no todos los hijos están preparados psicológicamente para su realización, necesitando un apoyo terapéutico que evitaría situaciones de abandono y/o negligencia emocional hacia el adulto mayor.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *