
La encuesta nacional de nutrición, realizada en este año 2021, tiene como uno de sus resultados preocupantes, que un 20% de los niños en Colombia presentan obesidad. Aunque este porcentaje tiene una curva ascendente en los últimos años, dicha curva tomó, durante los últimos doce meses, una fuerza insospechada debido al fenómeno de la pandemia, cuyas consecuencias son entre otras: disminución de la actividad física, aumento del sedentarismo –las clases fueron virtuales-, o manera disfuncional –comiendo productos insanos- de enfrentar el malestar por la quietud.
Un porcentaje significativo de estos niños obesos, tienen padres que lo son en el presente o lo han sido en el pasado, por lo cual se podría deducir que existe un vínculo nocivo con la alimentación dentro del contexto familiar, vínculo ajeno a una estructuración corporal gruesa.
La connotación insana tanto del alimento como de la función de alimentaria, tiene su origen en el primer lazo afectivo del bebé, o sea la relación con su madre en la época del amamantamiento. Lactancia que se basa en la consecución del alimento, la satisfacción del hambre del pequeño y las respuestas de la madre ante este proceso.
Si la madre tiene una connotación negativa en el proceso de dar seno a su bebé debido a diversas causas –creencia que el alimento que proporcionará a su bebé no será suficiente, convicción que la lactancia podrá dañar su cuerpo..-, ella tendrá emociones displacenteras y poco afectuosas con este proceso, conductas con las cuales el infante se identificara.
La figura materna con este tipo de respuestas ante la lactancia, ocasiona que su bebé tenga inconvenientes para representar a la alimentación y a la madre como generadoras de emociones placenteras y vínculos afectivos cercanos, interiorizando poca contención y poca armonía.
Desde el momento en que se produce esta discrepancia en la alimentación de pecho, caracterizada por lo poco que da la madre en comparación con lo mucho que espera su hijo de ella, la figura materna adquiere para su hijo, un significado de maldad, el cual no tiene compensación con las pocas cosas buenas que el pequeño haya visualizado de su madre.
El menor desea vengarse de su madre, mediante la succión voraz de su seno, no disfrutando la deglución del alimento o la interacción con ella mediante el chupeteo, sino devorando su seno para hacerle daño –dentro de su fantasía- y deshacerse de los afectos “malos” hacia su figura materna.
De esta forma, se puede observar en que a la función de alimentación, tanto el hijo como la madre, imponen demasiada carga afectiva negativa, algo que puede asociarse con un proceso digestivo deficiente, y con un deseo de la madre de compensar sus emociones negativas ante la alimentación, promoviendo prácticas excesivas en el consumo del alimento con o sin el seno.
En este punto, se une la voracidad del hijo por vaciar a su madre y el deseo de ella por compensar, incentivando en el pequeño el consumo desmedido de alimento. La madre, se enorgullece ante los demás familiares y ante sus amigos, cuando su hijo de meses de nacido esta con sobrepeso –brazos, piernas y estomago con exceso de grasa-, y se avergüenza cuando su hijo tiene un peso normal o un poco por debajo.
Fuera de la culpa de la madre por rechazar, consciente o inconscientemente, la alimentación de seno, y por ende, desperdiciar la oportunidad para formar un vínculo afectivo cercano y funcional con su pequeño, estimular en él la alimentación en demasía esta influenciado por nuestra cultura –cultura occidental-, la cual permanentemente y a través de la historia, ha bombardeado a las figuras maternas con el mensaje que ser “buena madre” significa poner especial énfasis en esta función de su hijo.
La “madre buena” creada por esta cultura, exige que ella convierta el comer en un acto insano, asociado a la voracidad y al poco control. Este orden social pretende que dicho acto satisfaga las necesidades emocionales de compartir, expresar y formar en cuestiones de afectos, principios o conceptos básicos. Con este vínculo insano, el niño/a asocia comida con amor y cuidado.
En este punto, comer insaciablemente esta remediando la incapacidad del niño por dar a entender sus malestares, emociones o sus estados afectivos a través de palabras. El menor tiene una escasa inteligencia emocional que comparte con su madre o muchas veces con otras figuras importantes de su entorno familiar.
La obesidad infantil es una situación en la cual confluyen bastantes factores emocionales. Empero, todos estos factores nos llevan a una no saciedad del pequeño, a una necesidad por vaciar la totalidad del alimento que tenga en cercanía o conseguirlo de alguna manera, algo que en sus memorias más profundas, puede significar el deseo por vengarse su madre, debido que ella rechazo establecer con su hijo un lazo emocional vinculante a través de la alimentación de pecho durante los primeros meses de vida.
La motivación por vengarse de su madre junto a la tristeza producto de su indiferencia, se direcciona hacia el deseo por desquitarse de él mismo. El niño reproduce para sí, aquel lazo emocional dañino que ha tenido con su primer objeto de amor, su figura materna, ocasionando una autoestima desequilibrada y acciones de atentar diariamente contra su cuerpo, comiendo en exceso.