Muchos autores contemporáneos, incluido Churchland, han desarrollado, con argumentos, la hipótesis que la conducta moral del ser humano, tiene raíces biológicas bastante fuertes. Cimientos que sobrepasan los resultados de los aprendizajes o el seguimiento de las religiones.
Estos autores, han planteado que el cuerpo del hombre no tiene las suficientes herramientas biológicas –fuerza, velocidad..- para tener una vida solitaria, por lo cual se debe agrupar con otros seres humanos para protegerse o conseguir objetivos determinados en el dominio de la naturaleza.
Esta necesidad de formar colectivos requiere la creación de acuerdos de convivencia o conductas morales. Acuerdos que se establecieron socialmente pero con la repetición de infinitas generaciones, se interiorizaron formando parte del funcionamiento cerebral.
Los acuerdos de convivencia tienen como objetivo la minimización de los deseos de satisfacer las necesidades individuales que pueden comprometer la armonía colectiva, retrasando o impidiendo cualquier tipo de desarrollo humano. Deseos innatos de cada persona.
Por el otro lado, existen otros sistemas conceptuales que señalan que esta moralidad no se ha interiorizado en el cerebro del ser humano, y debe ser aprendida a través del tiempo, especialmente los primeros años de vida, con un vínculo afectivo sano con sus figuras parentales y figuras de ejemplo –familia extensa, profesores, autoridades…-.
El niño necesita aprender esta moralidad de terceros puesto que su aparato biológico esta predispuesto para satisfacer sus deseos, y en general para pensar en él solamente. Este egocentrismo en la conducta y manera de pensar puede ser una forma evolutiva de solo centrar su atención y esfuerzos en el desarrollo propio mientras deja de ser anatómica y funcionalmente tan indefenso.
Aunque las personas sean simpatizantes de uno u otro sistema explicativo de la realidad, una de las fuentes de inconformidades de mayor intensidad dentro de la mentalidad humana, esta dada por el conflicto entre los deseos egocéntricos y el deber ser.
Conflicto, que en la mayor parte de las ocasiones, el individuo lo niega o no lo reconoce y no lo tramita, razón por la cual deja consecuencias negativas en el bienestar psicológico, algo que puede ocasionar pánico, ataques de ansiedad, trastornos conversivos o fallas en el sistema inmunológico.
En la medida en que el sujeto pueda hacer un seguimiento hacia el pasado sobre sus conductas morales y sus deseos egocéntricos, podrá generar un dialogo asertivo entre ellos en un mismo conjunto, de tal manera que uno pueda conocer el otro y pueda lograr acuerdos momentáneos entre los dos.
En muchas ocasiones, los deseos y la moral son conceptos implícitos dentro del individuo que él necesita exteriorizar para ser consciente de ellos, logrando que interactúen, dando como resultado el cese o la disminución de los efectos disfuncionales sobre el organismo.
La situación ideal para hacer efectiva la comunicación entre nuestros deseos y nuestra moral, es dentro de un proceso terapéutico en el cual existe un tercero que constantemente retroalimenta para la estimulación de procesos internos, la re significación de la realidad y el conocimiento de nuestras vivencias o rasgos de personalidad reprimidos.
Aunque el sujeto no este inmerso en este proceso, él puede disminuir sus conflictos internos en la medida en que se dé la oportunidad para explorar de manera continua su pasado, sus emociones, pensamientos acerca de determinada vivencia, y como estos elementos presentes o pensamientos futuros están influenciados por una historia que se debe conocer para transformarla, ocasionando mejoramientos.