
La organización mundial de la salud define esta –la salud- como un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente como la ausencia de enfermedades. Esta definición necesariamente exige que el ser humano tenga comportamientos proactivos con él mismo, no implementando únicamente acciones correctivas para la lucha contra la enfermedad, sino también desarrollando acciones preventivas para la generación de condiciones óptimas de salubridad en los variados niveles que hacen parte del individuo significado desde la integralidad.
En una parte importante de ocasiones, muy probablemente la mayoría, los sujetos entre 25 y 40 años, no tienen sus conductas alineadas con este precepto dictado por la OMS, puesto que no tienen hábitos saludables y abusan constantemente de su rendimiento, algo que llevan a cabo a pesar que las políticas gubernamentales y privadas de salud han puesto especial énfasis en la cultura de la prevención.
Las personas de estas edades prefieren destacarse en el presente, restándole atención al debería ser puesto que piensan que estas obligaciones para con su salud pueden comenzarse a realizar después de los cuarenta años. Por ahora, ellos sienten que son especiales e inmunes ante situaciones vinculadas a la enfermedad física o disfuncionalidad emocional.
El hecho de no tener comportamientos de autocuidado, y no ser conscientes o aceptar sus limitaciones –el nivel máximo hasta donde el esfuerzo y/o el rendimiento puede llegar sin alterar el equilibrio integral del organismo-, puede estar asociado con afectividades nocivas con sus padres, especialmente durante el periodo de primera infancia, generando una autoestima desequilibrada, cercana al narcisismo, junto a pocas conductas auto protectoras.
En efecto, el escaso cuidado que el sujeto demuestra con él mismo, es consecuencia de la forma negativa en que sus padres, mayormente durante los seis primeros años, le enseñaron a connotar aquello que forma parte de sí mismo –cuerpo, emociones, pensamientos-.
El sentido de cuidado o de abandono del propio cuerpo, y de tenerlo o no tenerlo en cuenta para evaluar la posibilidad de hacer una acción en particular o un conjunto de ellas, esta determinada por la apreciación que tienen las figuras parentales acerca del sí mismo, sus limitaciones, la exigencia sobre él y la comunicación con el yo interno para responder las dudas acerca de hasta que punto se debe llegar.
Apreciación que el niño la interiorizará, tomándolo como un repertorio a nivel conductual. Cuando las figuras parentales tienen un vínculo afectivo funcional caracterizado por el cuidado, la contención de emociones, la enseñanza de competencias blandas, el respeto de sus derechos –identidad, ambiente psicosocial adecuado, educación, registro en el sistema de salud espacios de diversión y cultura..- y la enseñanza de una normatividad cultural, la significación interiorizada permitirá que la persona cuide su salud, no solo mediante revisiones de médicos o personal de salud mental en situaciones de crisis, sino que desarrollen rutinas cotidianas para lograr el bienestar físico, mental, cognitivo, social…, las cuales incluyen valoraciones médicas anuales y consulta psicológicas en caso de algún malestar emocional o el deseo por desarrollar o complejizar su proceso introspectivos
Por otro lado, si existe entre padres e hijo una ligazón afectiva nociva que se caracteriza por los extremos ejemplificados en el poco o el excesivo cuidado y contención de afectos, la limitada enseñanza tanto de competencias blandas como de una normatividad cultural, un ambiente psicosocial de crecimiento inadecuado…, esto se traducirá con una connotación negativa del propio cuerpo, y por ende, una negligencia consigo mismo en cuanto a la implementación de acciones correctivas y preventivas, desde el punto de vista físico, cognitivo, emocional, social..
Adicional a estas peculiaridades en las afectividades de primera infancia, la inadecuada definición en el concepto de salud que tienen los adultos entre 25 y 40 años, se encuentra influenciada por la cultura puesto que esta ejerce una presión aterradora sobre el individuo para que rompa sus límites con su corporaleidad, de forma insana, en pos del éxito material y el reconocimiento de otros.
Al no concebir la salud desde la integralidad y al no implementar conductas de prevención, los adultos de estas edades demuestran el poco enlace que existe en las diferentes facetas de su ser –área cognitiva, emocional, física y cultural-, puesto que no tuvieron unos sanos vínculos afectivos con papá y/o con mamá como personas individuales y/o como equipo de trabajo.