
La pre adolescencia es la etapa de la niñez que antecede a la adolescencia. Algunos sujetos llegan a ella más rápidamente que otros, dependiendo de sus transformaciones corporales, las cuales están caracterizados por la aparición de diversos cambios en los dos sexos –presencia del vello púbico y axilar en chicos y chicas, desarrollo de los senos en las mujeres….-.
Dichas transformaciones corporales se encuentran vinculadas con otras a nivel psicológico, puesto que el despertar de las hormonas sexuales tienen consecuencias en el comportamiento, más que todo en las acciones referentes a la autosuficiencia, competitividad y agresividad.
Lo anterior también se asocia a la extrañeza, producto de visualizarse de manera distinta en el espejo. Al mirarse y concebir a otro ser, junto a ser significado de otro modo por los demás, el preadolescente es objeto de alegrías pero, de manera simultánea, de algunas crisis internas que tendrán repercusiones en la forma de interactuar con las personas y consigo mismo.
En efecto, el preadolescente se siente contento que está alcanzando la madurez, y con ello, podrá tener acceso a mayor cantidad de privilegios en los ambientes en los cuales haga parte –grupo familiar, institución educativa o grupos extracurriculares-.
Estas emociones positivas van en contravía de las emociones negativas –duda, tristeza, rabia…- que pueden darse por percibirse con más responsabilidades, pensar fantaseadamente que sus padres disminuirán su cuidado o que el preadolescente será menos querido por ellos.
Muchas veces las emociones negativas priman sobre las positivas, generando que el pre adolescente niegue su nuevo yo, rechace su crecimiento, y por ende, genere acciones de niño pequeño, que parecen reforzadas, dando la sensación que está aparentado algo que no es.
La presentación de emociones tanto positivas como negativas, que el preadolescente no sabe cómo manejar, puede producir comportamientos ambivalentes con los adultos, expresadas en su deseo de independencia hacia ellos pero al poco tiempo exigiendo su atención constante.
Al percibirse de otra forma en el espejo, y con las consecuencias que se desarrollan por esta razón, adicionado a sus cambios biológicos, el preadolescente, en la mayoría de las ocasiones, no sabe que hacer o como actuar, puesto que no se siente niño pero tampoco se percibe como un adolescente.
El preadolescente necesita encontrar una identidad y su lugar en el mundo, lo cual le permitirá equilibrarse desde su emocionalidad. Esta identidad se adquiere por un proceso de negociación consigo mismo, que se lleva a cabo sobre los aspectos positivos y los aspectos negativos de crecer y pertenecer al grupo de esta edad –prepúberes-.
Para lograr una negociación eficaz desde el punto de vista emocional y racional, el preadolescente requiere tener unas figuras parentales proactivas que lo acompañen en este proceso mediante el desarrollo de competencias blandas, la contención de sus ambivalencias emocionales, la exigencia de una normatividad adecuada junto al control de una emocionalidad desbocada.
La proactividad de padre y madre esta dada por la comunicación constante con los variados contextos que involucre su hijo, sin dejar de ofrecerle el espacio para su privacidad y para la resolución individual de diversas situaciones que no necesiten la mediación de un adulto.
El mayor propósito de estas conductas proactivas de los padres es conocer a su hijo, para así lograr que él se sienta apoyado y con la suficiente confianza en explorarse, aceptarse como es, direccionar sus motivaciones, encontrar un lugar en lo social, diferente al lugar prioritario que sus figuras parentales le ofrecen en el contexto familiar.
Con esta clase de padres, el preadolescente se da cuenta que sus ideas preconcebidas sobre el cambio que sus figuras parentales tendrían en relación a su proceso de maduración, no son ciertas. Desvirtuar estas ideas preconcebidas puede darle más fluidez y mayor grado de confianza en su proceso de negociación con él mismo.