
Desde el momento en que el feto comienza a crecer dentro del vientre de su madre, él piensa que forma parte de una totalidad con ella, lapso de tiempo que dura hasta el momento de nacimiento, en el cual el bebé siente la primera separación de su madre.
Sin embargo, esta separación no dura mucho puesto que al poco tiempo de nacer, el bebé succiona el seno de su madre, con lo cual vuelve a reanudar su relación fusional con ella, y por ende su sentimiento oceánico con el mundo puesto que su madre es su mundo.
En la medida en que crece el infante, la madre se comienza a ausentar ciertos periodos de tiempo para hacer proseguir con la normalidad de su vida en la parte laboral, relación de pareja etc. En esos primeros meses de vida, la adulta involucra al padre en el discurso cuando habla con su hijo, y ella le inculca ciertas reglas como dormir en su cama, pasar la noche sin despertarse o que su alimentación tenga, además de la leche materna, alimentos sólidos.
En esos instantes, el pequeño percibe que es alguien diferente a su madre, sintiendo la falta de ella en algunos momentos, sintiendo que tiene diversas sensaciones displacenteras acerca de sus necesidades –hambre, sueño etc- y sintiendo que tiene algunos sentimientos negativos debido a la ausencia de su figura materna.
El bebe comienza a conocer que es sentirse en falta, algo que se va complejizando con la adquisición de nuevas normatividades y con la entrada del padre, o quien haga sus veces, quien hace la separación de la relación fusional entre los dos -madre e hijo-, e introduce al niño dentro de una cultura y dentro de un lenguaje social, no solamente entendido por la madre.
Sentirse en falta implica también que el infante deja de sentirse parte totalitaria del mundo y reconoce la diferenciación con su madre, quien hasta ese momento es su todo. Aunque se reprima este sentimiento oceánico, el sujeto retorna a él en los momentos en que no sabe manejar sus estados afectivos negativos alterados pasados o presentes –tristeza, odio, deseperación, miedo etc- y en los momentos en que existe incertidumbre por el futuro.
Sentimiento oceánico que el ser humano da la significancia de la existencia de dios cuando en realidad es producto de una regresión a una forma infantil cuyo propósito es evitar el displacer por los estados negativos alterados o el cuestionamiento sobre el futuro o sobre lo que existe después de la muerte.
Pienso que este sentimiento oceánico se puede visualizar en el discurso que tienen algunas personas después que salen del estado de coma. Discurso en el cual describen como sienten una luz tranquilizante al final de un túnel, o en donde se ven a través de paisajes o ciudades, pero igualmente señalan que sienten paz, armonía y tranquilidad al hacer parte de un todo.
Ambas historias plasman sentimientos plenos de felicidad sublime debido que no perciben esa relación displacentera de la muerte ni de lo que pasara después de ella. Las personas comatosas desarrollan una fantasía oceánica para defenderse de su estado de indefensión.
Incluso, también se puede afirmar que la luz al final del túnel se puede referir a un recuerdo del momento del nacimiento, en el cual el túnel es el aparato genital femenino y la luz significa la llegada a este mundo. Con esta llegada, el bebé se siente feliz y tranquilo porque su lucha por nacer ha terminado, y porque hace parte de un todo –su madre-
En síntesis, el sentimiento oceánico se vale de fantasías o de vivencias ocurridas en el pasado, para seguir existiendo y ser la explicación ante la angustia del no saber, especialmente con el tema de la muerte, o ante la angustia de significarse como ser independiente.