La temática sobre el último hijo es algo que ha despertado distintas interpretaciones por parte de los investigadores. Sin embargo, no existen resultados significativos que permitan establecer un consenso general acerca de los rasgos particulares de esta persona.
Parte de estas diferencias en las conclusiones, se debe, desde mi perspectiva conceptual y terapéutica, al hecho que el último hijo es concebido de manera particular si es deseado o no, si nace en la mediana edad de las figuras parentales –después de los cuarenta- y si viene después de dos hermanos o de cinco.
A pesar de dichas diferencias, existen ciertas similitudes. Una de ellas, se encuentra relacionada con que los padres sienten que están cansados de su papel de ser padres–significación subjetiva en la medida que expresan el mismo nivel de cansancio si han tenido dos hijos anteriores o si han tenido cinco-.
Por esta razón, adicionada a que perciben la existencia de otra forma, los adultos se tranquilizan un poco más en la formación de su hijo menor, dejando mayor poder de acción al pequeño, y permitiendo que sus hermanos colaboren en algunas tareas referentes a él/ella.
En algunos casos, cuando el niño nace en la mediana edad de los padres y/o en la adultez mayor del padre, producto del descuido en la utilización de métodos anticonceptivos, este menor hace su presencia en el mundo con mucha carga negativa de los adultos, que es tratada de neutralizar por el cuidado de los hermanos pre-adolescentes, adolescente o adultos, o también es tratada de disminuir por los propios padres debido a la culpa generada por el rechazo inicial de su hijo, con la consecuente laxitud hacia la totalidad de comportamientos que el nuevo ser tenga.
Esta situación produce que el hijo no tenga unos vínculos afectivos ni tampoco lazos normativos funcionales con sus padres, lo mismo que tenga conductas egocéntricas, problemas de adaptación, escaso control de impulsos, desestructuración y desequilibrio de su personalidad.
Por otro lado, cuando el hijo menor tiene una diferencia pequeña con sus otros hermanos –menor a cinco años- y los adultos se encuentran en la edad entre 25 y 40 años, él puede tener características positiva ligadas a la creatividad, una rebeldía que se puede encaminar hacia objetivos sanos y el deseo de llamar la atención, el cual sin embargo no es muy intenso como para afectar la armonía de los padres, la familia extensa y la sociedad en general.
En esta situación, los padres aunque manifiestan cansancio y cierto nivel de desidia por volver a comenzar el proceso de crianza de un nuevo ser, también sienten la motivación por hacerlo y de mejorar las falencias que sienten que tuvieron con los otros hijos.
Es necesario anotar que la posición que los adultos tomen frente a la noticia del embarazo y el posterior nacimiento de su último hijo, también depende de las características de su vínculo afectivo como pareja y la estabilidad monetaria que tengan en ese momento.
Peculiaridades del contexto familiar que serán determinantes en aspectos como el tiempo de atención que pueden darle a su hijo, la enseñanza de competencias blandas tanto con acciones formativas como con el ejemplo de un lazo emocional sano entre ellos, la estimulación cognitiva y física…
En caso que el último hijo no sea planeado y tampoco deseado, tal como pasa en una gran cantidad de casos cuyos padres están en la mediana edad o cuya figura parental se encuentra en la adultez mayor, es necesario la implementación de un proceso terapéutico que permita la aceptación, desde la emocionalidad, del nuevo integrante de la familia, y por ende, el desarrollo de un proceso funcional de maternidad y paternidad.