Estados de ánimo.

El estado de ánimo, según el manual de psicopatología, es un periodo con mayor persistencia de afectividad o emocionalidad. Los estados de ánimo se mueven dentro de un intervalo en el cual el punto más bajo es la depresión mientras el punto más alto es la manía.

Con menos intensidad que la depresión pero con mayor tiempo de presentación, se encuentra el trastorno distímico.  En el punto medio, la eutimia se denomina al estado de ánimo equilibrado. En cuanto al extremo superior de esta escala se encuentra la manía, con menor intensidad en la hipomanía.

Tanto la manía como la depresión, puede darse con ideaciones suicidas organizadas, perdida del sentido de la realidad, delirios, alucinaciones, perdida de conductas de auto cuidado y lenguaje desestructurado, por lo cual estos individuos necesitan manejo farmacológico.

Algunas veces, los sujetos presentan un trastorno bipolar, caracterizado por la alternancia de estados maniacos con estados depresivos. Otro tipo de alternancia que no llega hasta el extremo de la manía y de la depresión, se denomina ciclotimia.

Adicional al manejo farmacológico de los síntomas que atenten drásticamente con la funcionalidad del individuo, es necesario averiguar si estos síntomas que exteriorizan determinado estado de ánimo, están acompañados de una alteración de tipo orgánico.

En cuanto al estado de animo equilibrado o eutimia, el sujeto que lo tiene, puede  comprender el ambiente que lo rodea, siendo capaz de visualizar tanto los rasgos positivos como negativos de este ambiente, de tal manera que tiene la capacidad de percibirlo en su totalidad.

Tener la competencia para visibilizar la existencia, aceptando que esta puede tener varios rasgos, es un proceso que se da durante los primeros años, especialmente en la primera infancia, puesto que en este periodo es donde existen más facilidades de aprendizaje.

Aprendizaje asociado a la afectividad, lo cual genera que las figuras parentales sean las encargadas de promover en el pequeño/a la destreza y la costumbre para interiorizar que las peculiaridades de los contextos, pueden funcionar como amenazas u oportunidades.

Concebir el mundo desde esta interpretación, se logra cuando la madre tiene comportamientos de contención, con los cuales el hijo pueda generar confianza en ella, y pueda interiorizar estas conductas para sí mismo. Confianza que se origina por unas interacciones sanas, el proceso adecuado de ausencia-presencia, la estimulación de los movimientos de dominio de la motricidad fina y gruesa, sus capacidades de locomoción, lenguaje…

Además de estas conductas de contención, la madre debe tener ciertas normatividades, que después del primer año serán implementadas por el padre o figuras representativa, quien a si vez, tendrá acciones de continencia de afectos con el niño.

Estos manera de accionar de los padres, será algo consensuado entre ellos y exteriorizado en un manual de conducta. De esta forma, la madre y el padre se presentan ante el pequeño en su función continente y en su función normativa, por lo cual él/ella puede concebirlos como personas completas –rasgos buenos y malos- y no como personas divididas –la madre es buena y el padre malo o viceversa-.

Interiorizando los padres como personas completas, el niño puede mirar el ambiente como una posibilidad u oportunidad para resolver situaciones de forma realista sin entristecerse o agrandarlas –estado de ánimo depresivo- o sin minimizarlas o ponerse eufórico sin razón de ser –estado de ánimo maniaco-.

La manera de actuar de los padres nombradas anteriormente, también tienen como objetivo que su hijo aprenda a evaluar las situaciones de forma objetiva, tenga inteligencia emocional y desarrolle competencias para interactuar funcionalmente con otros para solucionar conflictos, tomar decisiones…

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *