El pensamiento estratégico es la capacidad para comprender los cambios del entorno y establecer su impacto a corto, mediano y largo plazo tanto para sí mismo como para los colectivos que forma parte –familia, escuela, grupos formativos…-. El pensamiento estratégico permite la optimización de fortalezas, el mejoramiento de debilidades y el aprovechamiento de oportunidades. Implica la capacidad para visualizar y comportarse con integralidad –equilibrio entre pensamiento y razón-.
En los primeros tres años de vida, el entorno del niño es únicamente su hogar. Posteriormente, este ambiente se amplía a la escuela y hacia los distintos grupos de los cuales hace parte –amigos y/o compañeros de clase, amigos de la unidad o del barrio, amigos y/o compañeros de los grupos formativos de los cuales haga parte-.
Durante estos años, el pensamiento estratégico se asocia mucho a la empatía puesto que al tener la capacidad para entender al otro y prever su comportamiento, el sujeto puede comprender la dinámica de su presente e inferir la direccionalidad de las interacciones grupales.
El proceso para la adquisición de las habilidades empáticas, es un camino que comienza desde antes que el niño ha cumplido su primer año. Proceso que se profundiza en la medida que el sujeto se compenetre más con sus emociones y estados afectivos.
Cuando la madre tiene un apego sano con su hijo y ella concibe que el menor debe tener limitaciones y normatividades como todas las demás personas, el niño empieza a disminuir su egocentrismo. Este apego sano se consigue con un paulatino proceso de separación, ejecutado por el juego de ausencia-presencia.
De esta manera, cuando la madre se ausenta un par de horas, pero retorna con una actitud de contención de las sensaciones y comportamientos negativos de su hijo –ira, tristeza, llanto-, el niño se identifica con esta respuesta de la madre, transformando estas sensaciones y comportamientos hacia algo positivo –risa, alegría, bienestar-.
En este punto, el niño acepta y esta consciente de sus emociones negativas, porque las pudo asimilar y convertir en algo positivo. Dicho reconocimiento en identificar las propias emociones y sentimientos, facilita la comprensión de las emociones de los demás.
Además del apego sano y la exigencia en el cumplimiento de ciertas normatividades por parte del niño, según la edad de él, la competencia de la empatía también se puede desarrollar con el juego simbólico en el cual el niño debe ejecutar el papel de distintas personas.
Este juego simbólico necesita estar acompañado de diversos lineamientos y cuestionamientos de las figuras parentales hacia el niño -las características de personalidad, la familia, los amigos etc- sobre la persona que él niño esta representando. En caso que el niño todavía tenga falencias en la comunicación, los padres han de “prestarle” palabras. Dichos cuestionamientos también deben darse por la afectación que tienen los demás sobre las acciones del personaje que el niño represente.
Un ejemplo de este juego simbólico entre el niño y la madre puede ser que el niño represente a un bombero, mientras la madre representa a una anciana quien se encuentra dentro de su apartamento en un edificio que se esta incendiando. Mientras el bombero esta salvando a la anciana, la madre realiza al niño diversas preguntas sobre la vida del bombero –personalidad, familia, como es la casa etc-, y también le hace preguntas sobre cómo se siente salvar gente o si alguna vez ha salvado algún animal y como cree que se ha sentido ese animal después de haber sido salvado.
Las respuestas que proporcione el niño ante estas preguntas pueden generar pequeñas enseñanzas de la madre hacia su hijo, con las cuales se refuerce la empatía. En este momento, la madre también puede comentar breves ejemplos sobre como sus padres o sus abuelos han tenido empatía con otras personas.
En este instante, el hijo se encuentra en el camino de comprender a los demás y predecir sus comportamientos, algo que se desarrolla con las diferentes interacciones que el pequeño tenga, y que necesitan ser reforzadas por sus figuras parentales.
Siendo consciente de su mismisidad y de las emociones de los demás, los padres pueden incentivar que sus pequeños desarrollen diagnósticos de esos ambientes de los cuales forma parte, y cree programas para la disminución de debilidades y fortalecimiento de cualidades, lo mismo que adquiera la capacidad de leer o anticiparse a ciertas transformaciones que pueden ocurrir.
Esta actividad de los padres con sus hijos necesita estar acompañada de mucha didáctica y reforzamiento constante que permita motivar al pequeño y lograr que él visualice la importancia de tener un pensamiento estratégico para el mejoramiento de su realidad.