El compromiso se encuentra asociado con obligaciones o acuerdos que tiene un ser humano con él mismo o con otros. Esta palabra también significa la capacidad que tiene una persona para tomar consciencia de la importancia de cumplir con lo acordado anteriormente.
Ser una persona comprometida en las diversas actividades que ejecuta, es una competencia muy valorada a nivel social. Empero, poco se habla acerca del compromiso consigo mismo, algo sin lo cual no es posible comprometerse hacia acciones externas al individuo.
El compromiso que adquiere el niño consigo mismo se produce cuando el pequeño tiene, con sus primeros objetos de amor, un vínculo afectivo seguro que permite estructurar su autoestima, y por ende, interiorizar como esenciales maneras específicas de comportarse asociadas con el auto cuidado físico y emocional.
Dichos vínculos afectivos sólidos se desarrollan a través de un ambiente asertivo entre los dos padres. Ambiente caracterizado por el respeto, el dialogo, la facilidad para la solución de problemas y el logro de acuerdos en relación a la formación de su hijo.
Fuera de este tipo de vínculos entre los adultos, ellos deben tener un apego seguro con su hijo, algo que implica un intercambio afectivo profundo y saludable con él/ella e implica generar, en el pequeño, confianza para alejarse de ellos, con la convicción que a su regreso, las figuras parentales tendrán una respuesta amorosa y de contención respecto de sus emociones desbordadas por su ausencia y por las nuevas informaciones obtenidas del medio ambiente.
El proceso de dar confianza al menor para la exploración de ambientes nuevos, servirá para que los hijos adquieran independencia, y servirá para que ellos adquieran conocimientos acerca de los objetos que rodean sus ambientes próximos y los nuevos ambientes que los padres le están permitiendo descubrir, con las consecuentes representaciones mentales. Conocimientos que se socializarán con los adultos, provocando en ellos una respuesta positiva, con las cuales se identificará el infante.
Los adultos, también darán ciertas normatividades acerca de esa indagación, e impartirán ordenanzas acerca de hábitos y costumbres que el niño debe tener, produciendo una sana adaptación a los distintos ambientes, y produciendo que se acomode a un principio de realidad, que exige el aprendizaje de la capacidad de posponer la satisfacción inmediata y dejar dicho placer para cuando las figuras parentales o el contexto en que se desenvuelve el niño –escuela, grupos, familia extensa- lo permitan.
Estos movimientos de los padres para formar apegos seguros con sus hijos, se complementarán con la posición, el acompañamiento y el seguimiento que los adultos den a las actividades propuestas por la institución educativa y a las actividades extra-curriculares.
Tanto en el ámbito familiar como en el educativo, es necesario recalcar que el compromiso consigo mismo esta asociado con el desarrollo de hábitos saludables tanto en su parte física -actividades deportivas, revisiones periódicas de condiciones de salud, cuidado en su alimentación- como en su parte mental –incentivando el cuestionamiento constante acerca de quien es, que desea, característica de su personalidad, creando habilidades para el control de sus emociones, aprendizajes, hábitos de lectura…-.
Adicionalmente, las figuras parentales deben practicar estos comportamientos, lo cual producirá en los pequeños, una representación más congruente, cimentada en las enseñanzas de sus adultos, que son importantes en la medida en que exista un apego seguro entre hijos y padres, y en la medida que el menor pueda observar estas conductas.
La formación de hábitos saludables o comportamientos que demuestren un compromiso consigo mismo, puede concebirse como actividades que hijos y padres compartan para solidificar el vínculo emocional entre ellos –espacios de lectura, diálogos, actividades deportivas-.