Los aspectos objetivos son aquellos basados en los hechos y la lógica mientras que los aspectos subjetivos se cimientan en la parte emocional y sentimental. Explicar la realidad con demasiada diferencia de la una sobre la otra –objetividad por encima de la subjetividad o viceversa- puede ocasionar alteraciones tanto en la interacción con los otros como en el entendimiento de las cosas.
Por esta razón, los padres de familia necesitan estimular y enfatizar la importancia en el desarrollo y en la integración de la subjetividad con la objetividad, de tal manera que el sujeto no tenga distancias abísmales entre las dos para la evaluación de las situaciones y mucho menos para la solución de problemas.
Durante el primer año de vida, el niño esta lleno de emociones que no puede exteriorizar debido a una incapacidad biológica –aparato fonatorio- para comunicarse en un lenguaje social. El niño realiza movimientos corporales o lloriqueos que la madre intenta adivinar, dando determinadas respuestas.
El pequeño se identifica con estas repuestas maternas, provocando una reacción nueva. La subjetividad del niño se enriquece de acuerdo a lo que la madre le proporciona –verbalización, cariño, cuidados…-, permitiendo que el pequeño tenga mayores herramientas para comenzar a objetivizar las cosas a partir del octavo mes.
En efecto, en este periodo de tiempo, el menor se puede visualizar en el espejo como un otro que representa al sí mismo, por lo cual comienza a disminuir el egocentrismo. La realidad tiene un significado distinto asociado al interés por explorar los objetos por sus características físicas –color, peso textura..-.
La apertura biológica y emocional a la objetividad se puede incrementar cuando el padre ejerce un papel más proactivo en la formación de su hijo a partir de los doce meses, exigiendo un perfeccionamiento del lenguaje balbuceante que hasta ahora tiene, lo mismo que presentándole a su hijo variados ambientes, personas y demandar el cumplimiento de una normatividad.
La objetividad se da por procesos culturales en los cuales se olvida o se deja a un lado la afectividad, motivo que obliga a los padres a otorgar importancia a esta temática para que no se descuide, mediante la ejecución de actividades continuas de juego de roles, cuestionamiento constante de emociones o pensamientos…
Si las figuras parentales estimulan en su hijo el desarrollo de la subjetividad, el infante podrá tener más conocimiento, aceptación y exteriorización de una sana emotividad, permitiendo solucionar problemas que impliquen cierto grado de complejidad o que impliquen más cantidad de variables.
Trabajando sobre la objetividad y subjetividad del menor, los adultos han de estimular que él resuelva situaciones teniendo en cuenta las variables objetivas pero proporcionando a estas una direccionalidad de acuerdo a sus motivaciones, emociones…
Después de la resolución, el adulto cuestionara al infante sobre las razones por las cuales decidió dar ese enfoque o marca particular, permitiendo que el menor establezca un conocimiento de su mismisidad a partir de su elección. Interpretación que será dirigida por el padre o el adulto responsable.
Adicionalmente, el adulto escuchará al menor acerca de sus pensamientos y emociones en cuanto a la eficacia en el dialogo e integración que realizó de su subjetividad con su objetividad, y lo acompañara en la aplicación de dicha solución en la situación particular, volviendo a retroalimentar ese accionar.