
La emoción es una sensación subjetiva de corta duración provocada por un suceso externo y un estado afectivo, acompañado por una respuesta psicológica y fisiológica característica –Uno de los propósitos de la emoción es motivarnos a realizar un comportamiento-.
La reacción pasiva que el individuo tiene frente a las emociones placenteras es disfrutarlas, y la acción proactiva consiste en buscar que los estímulos que las producen, se sigan repitiendo hasta cierto punto, puesto que, a medida que lo hacen, se disminuye su efecto positivo.
Por otro lado, las conductas pasivas que el sujeto tiene frente a las emociones displacenteras es la huida mientras que los comportamientos proactivos se encuentran asociados al enfrentamiento del estímulo, de tal manera que deje de provocar tales emociones y pueda ser significado de manera positiva, o por lo menos neutra.
Las emociones son elaboradas en el sistema límbico, aquel que no tiene acceso a los códigos lingüísticos del cerebro humano, por lo cual se podría afirmar que ellas –las emociones- son particularidades animales que no se han humanizado por medio de un discurso que se produce en la estructura cerebral denominada neocortex.
Desde esta interpretación, las emociones de los niños y de una gran cantidad de adultos con dificultades para expresarlas en palabras, al mismo tiempo que inconvenientes para manifestar sentimientos, no se han humanizado puesto que no ha existido un proceso afectivo positivo entre madre e hijo, el cual es atravesado por un lenguaje social.
La no humanización de las emociones ocurre cuando la madre se sustrae de tener un vínculo afectivo funcional con su hijo, generando que el pequeño no pueda satisfacer sus necesidades básicas –suficiente comida, abrigo..-, o si lo hace, esto no se encuentra acompañado de emociones positivas puesto que no se producen interacciones con su madre –mensaje tanto verbales como no verbales- cargadas de amor, sino asociadas a emociones negativas –dudas, rencor, intranquilidad..-
Al mismo tiempo, un vínculo afectivo disfuncional entre madre e hijo se caracteriza en que ella es incapaz de “prestar palabras al pequeño” con el objetivo que él pueda dar a entender lo que esta pasando tanto en el ambiente como dentro de su mismisidad. El todavía no puede hacerlo por sí mismo puesto que no tiene un desarrollo adecuado de su aparato fonológico.
Más adelante, este proceso de permitir que las emociones se queden estáticas en la animalidad, y no asciendan a la humanidad, es facilitado por madres, padres y otras figuras de cuidado –cuidadoras- que no exigen que el niño exprese lo que siente por medio de palabras, sino que refuerzan sus comunicaciones a través de berrinches, lloriqueos..
Impedir que las emociones se transformen en humanas a través del discurso, problematiza su conocimiento, control de ellas, así como las asociaciones con vivencias, por lo cual se tienen que reprimir para no desestabilizar emocionalmente al sujeto. Represión que no funciona en muchas ocasiones, exteriorizándose en errores del lenguaje –actos fallidos-, sueños, folclore…
De manera contraria, si la madre asiste a su hijo, tanto en sus emociones positivas como en aquellas negativas, vinculándolo en una comunicación de palabras con ella, aunque tenga que prestárselas en los primeros meses de vida, estas emociones quedan humanizadas provocando confianza entre la madre y el pequeño.
Así, el hijo interioriza que su madre puede entender y gozar con sus emociones positivas, y que además de eso, puede participar en sus emociones negativas, direccionándolo adecuadamente, de una manera tranquila, para la búsqueda de soluciones.
Como conclusión, humanizar las emociones requiere llevarlas a un nivel discursivo, el cual solo es posible cuando la madre, y después el padre, tengan un vínculo afectivo sólido con su hijo. En este caso, las emociones junto con las vivencias con contenidos emocionales, se pueden representar en el neocortex, por medio de signifcantes lingüísticos, y no estarían depositadas en el sistema límbico, sin posibilidad de acceder a la consciencia puesto que estarían guardadas como imágenes.
Esto dista mucho del nivel animal, del cual solo hace parte el sentir individual puesto que no existe la necesidad de comunicarlo con otros. Debido que las emociones se quedan para sí mismos en la animalidad no es necesario que las imágenes se conviertan en palabras, y por ende que se trasladen del sistema límbico al neocortex o parte más nueva de la corteza cerebral.