
La identidad de género se construye, en primera instancia, dependiendo del sexo con el cual se nace, y luego mediante los procesos culturales alrededor del significado de masculino y femenino. Cada persona se va identificando con estos elementos, apropiándolos para sí mismo y, de esta manera, determinando sus comportamientos, emociones y pensamientos.
Procesos culturales que tienen sus máximos exponentes en las figuras parentales puesto que los niños pasan la mayor parte de sus primeros tres años con papá y con mamá, etapa en la cual la identidad de género se encuentra prácticamente desarrollada.
En caso que los hijos no sientan vínculos emocionales estrechos con cualquiera de sus figuras parentales, y sientan que los adultos no proporcionan afectos positivos y placenteros, vale la pena preguntarse si esto no daría como consecuencia que el pequeño no se quisiera identificar con ninguno de los dos padres, y con ello adquiriera una identidad de género no binaria.
Al mismo tiempo, el rechazo a pertenecer a un colectivo –masculino o femenino-, puede implicar inconvenientes para la aceptación de limitantes que lo obliguen a tomar posiciones fijas, y por ende, desarrollar su personalidad de acuerdo a la dirección que proporciona a sus interpretaciones de la realidad.
Partiendo de estas dos hipótesis, se puede concluir que las personas con identidad de género no binaria se asociarían con vínculos emocionales débiles y pocos sanos con sus figuras parentales, y además con inconvenientes para la interiorización de una normatividad social y la aceptación de limitantes.
Tipo de vínculos emocionales que se están repitiendo con mucha frecuencia, tanto en niños como en adolescentes, ocasionados por fenómenos individuales y sociales disfuncionales de los padres que permiten prever ciertas consecuencias negativas para el nuevo miembro de las familias. Fenómenos tales como el mayor número de personas o de parejas sin estructura que toman la decisión de tener descendencia, hijos no deseados, violencia intrafamiliar, exceso de carga laboral..
Cuando los padres conocen esta identidad de género no binaria de su hijo, él esta buscando manifestar su verdad y que ellos se comporten de una manera continente con su discurso, cuestión que posiblemente no han sentido anteriormente, por lo cual los juzgamientos que los adultos ejecuten podrían afectar intensamente al menor.
Las figuras parentales deben escuchar asertivamente lo que su hijo quiera contarles, implementar retroalimentaciones de tal manera que permita inducir a su hijo a un nivel discursivo con mayor profundidad, en caso que él o ella lo desee, y llevar al hijo a un profesional de salud mental que permita la generación de muchos procesos internos en torno a esta identidad.
El adolescente que se define como una persona no binaria, tiene mucho que decir de esa elección sin elección que realizo referente a su identidad sexual, por lo cual requiere el desarrollo de un proceso terapéutico que permita que este púber, profundice sobre sí mismo, conozca las características de la dinámica manifiesta y latente con sus figuras parentales, y las pueda integrar permitiendo la formación de su propia verdad.
Proceso que, igualmente, permita estructurar su autoestima, a través del vínculo afectivo con el terapeuta, con el propósito que aprenda a tramitar adecuadamente sus estados afectivos displacenteros producto de la discriminación y exclusión de la cual puede ser objeto por parte de la cultura.