
Desde el momento en que los padres se dan cuenta que su hijo tiene un retraso mental –algunos lo averiguan desde el momento del embarazo, y otros cuando su hijo presenta retrasos en diversas áreas de su desarrollo-, la familia sufre de incertidumbre y una gran cantidad de cambios en su dinámica.
En el primer momento en que se dan cuenta que su hijo tiene necesidades especiales cognitivas, tanto papá como mamá se conmocionan y niegan la afectividad que puede producir esta situación. Ellos se resisten a afrontar la verdad, evitan mirar la situación real y distorsionan los hechos para que parezcan más aceptables.
Posteriormente, las figuras parentales se desconciertan preocupan y culpabilizan de la situación de discapacidad de su hijo, por lo cual sienten muchas emociones negativas –miedo, dolor, rabia, rechazo, resentimiento-, que algunas veces tienen una intensidad desadaptativa. Esto, puede impedir tomar decisiones objetivas respecto al hijo, formar vínculos afectivos sanos con él, lo mismo que puede ocasionar una afectación en el lazo de pareja.
En el tercer momento, o sea la fase de adaptación, los padres comienzan a ser proactivos para buscar acciones que beneficien a su hijo. Acciones que incluyen el conocimiento objetivo de las características de la discapacidad de su hijo, y el manejo de su parte subjetiva –emoción, expectativas, conocimiento de sí mismo, automotivación..-.
De tal manera, el modo de actuar de los padres ante la disfuncionalidad cognitiva de su hijo, se mueve entre la observación pasiva y la huida –en esta actitud pasiva, existe un bloqueo emocional-, o la entrega dedicada, pasando por el reproche o la responsabilidad personal sobre el hecho.
Pocos padres son capaces de llegar hasta el tercer momento, conservando solidez en su lazo de pareja. Una cantidad significativa se quedan en el primer o segundo paso, por lo cual no les interesa o no son inquietos para la búsqueda de instituciones educativas o personal de apoyo idóneo para mejorar las condiciones de vida de su hijo.
Adicional a esta pasividad que no fomenta el mejoramiento de su hijo, este niño o adolescente es formado en un ambiente supremamente laxo con aquellos comportamientos en contravía de una normatividad social. En este punto, se puede observar algunos padres tolerantes con la agresividad, y otros que no exigen horarios de sueño o diferentes tipos de reglas en la alimentación.
Otras uniones son capaces de alcanzar la fase de adaptación, pero esto es logrado, dedicando la totalidad del tiempo y la atención a su hijo, obviando la crisis en el vínculo emocional de pareja. Debido a esto, las dos personas se convirtieron en dos extraños, salvo en los temas concernientes a su hijo.
Ellos son matrimonios o uniones de hecho que se conservan únicamente por el retraso mental de su hijo. Tanto el hombre como la mujer se olvidaron que, antes de ser papas, fueron pareja, no cultivando su lazo afectivo, dejándose desbordar por las emociones negativas producto de la discapacidad cognitiva de su hijo.
En cualquiera de los tres momentos, los padres de familia necesitan desarrollar un proceso caracterizado por un otro preparado para una escucha terapéutica, y para ofrecer retroalimentaciones. Otro que direccionará el camino de asimilación emocional y enfrentamiento funcional de la situación.