La adolescencia es la edad de la fantasía.

La imaginación es un estado donde el adolescente prefiere volcarse puesto que se siente incómodo con el estado de realidad de los adultos por falta de confianza en sí mismos. A pesar que el sujeto entre 12 y 18 años escoge sumergirse en la fantasía, reconoce que esta es diferente a la realidad, algo diferente a lo que pasa en la niñez.

El deseo por estar en un mundo fantasioso, también obedece a la fina sensibilidad que tiene el adolescente. Imaginación que muchas veces esta exaltada, saliéndose de los parámetros reales, por lo cual el púber es capaz de realizar comportamientos con connotaciones inverosímiles.

En este punto, no es raro encontrar acciones descabelladas como abandonar la casa de los padres, la demanda desenfrenada por obtener beneficios económicos de ellos –carro, pago de viajes..- a pesar de no cumplir con sus obligaciones, tener rendimientos sobresalientes o a pesar que los padres no tienen suficiente capacidad monetaria para esos lujos, pretender convivir con la pareja adolescente o planear tener hijos en este instante del desarrollo, no terminar la educación secundaria, gastar el dinero en la formación de una empresa…

Comportamientos de este tipo denotan un ambiente familiar poco continente con esas fantasías desbordadas, e igualmente pueden significar la presencia de inconvenientes asociados con la objetividad, el reconocimiento de limitaciones, el deber ser..

Tanto las fantasías como el cumplimiento de estas, pueden remediar la tristeza del adolescente por sentirse frágil en el sentido que no es autosuficiente y necesita de un otro, algo que es complicado aceptar puesto que la personalidad del púber tiene la soberbia como uno de sus puntos fundamentales.

Cuando el adolescente no encuentra, dentro de su entorno familiar, una prohibición ante sus deseos impetuosos de aplicar una fantasía sin pensar en las consecuencias, y no encuentra la posibilidad de los adultos para el direccionamiento de estas fantasías junto al desarrollo de su capacidad para posponerla a un futuro, el hijo no tendrá herramientas óptimas para adecuarse a la realidad.

Dichas herramientas pueden ser dadas por padres proactivos que se interesan por tener vínculos emocionales solidos con su hijo adolescente, ejerciendo un papel normativo, pero también instruyéndolo en conceptos básicos de planeación organización, proyecto de vida y orientación de sus intereses, conceptos en los cuales el adolescente pueda evaluar el riesgo o no acerca de llevar esas fantasías a lo real.

En el caso que los padres sean pasivos con las fantasías de su hijo adolescente, él interiorizará la idea que la fantasía es la realidad, tal como ocurre en la niñez, periodo en el cual no existe una disociación entre los dos estados anteriormente mencionados -fantasía y realidad-. Ambas se significan de igual manera, produciendo que el adolescente no tenga necesidad de integrar posiciones disímiles para encontrarle una solución adecuada a las situaciones con las cuales se enfrenta.

Estos son los adolescentes que fácilmente se pueden introducir en actividades por fuera de la ley, lo cual permitirá cumplir unas fantasías encaminadas a la obtención de bienes materiales y al cumplimiento de la totalidad de sus deseos, sin tener que esforzarse y/o esperar cierto tiempo para la consecución de ese propósito.

Además de inducirlo a actividades sin una normatividad social, el sentir que el deseo es la realidad, puede afectar su salud mental en el sentido que la no negación de sus acciones distanciadas de la realidad, estimula el desarrollo de delirios y de alucinaciones.

De esta forma, se puede observar que cuando el adolescente tiene unas fantasías tan irreales que superan la discriminación que tiene con la objetividad, el sujeto prefiere aislarse y ensimismarse, por motivación propia, de las interacciones con el medio ambiente.

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