La depresión infantil.

La depresión, según el manual de psicopatología, es un estado de ánimo que denota tristeza, melancolía, desanimo, abandono, desamparo etc. Este estado dura al menos dos semanas e incluye síntomas cognitivos –sentimientos de poca valía e indefensión, indecisión, pensamientos recurrentes de muerte- , y funciones físicas alteradas –sueño, alimentación, perdida de energía y cambios abruptos de peso-.

Los síntomas de la depresión provocan malestares significativos o deterioro social, no se dan debido a los efectos fisiológicos de una sustancia –droga, medicamente- o de una enfermedad y son síntomas que no se explican mejor por la presencia de un duelo.

La depresión se caracteriza por el poco o nulo interés y capacidad para experimentar cualquier placer en la vida, incluidas las interacciones con la familia o los amigos, los logros a nivel escolar o laboral –la incapacidad para sentir placer se llama anhedonia-.

Esta definición de depresión es la misma tanto para adultos como para niños. Sin embargo, estos últimos, además de alguna sintomatología similar a la de adultos, también tienen unos síntomas particulares, como son: molestias físicas, ansiedad y temores, problemas en el control de esfínteres, en los niños más pequeños, mientras en los pre-adolescentes y adolescentes se puede presentar conductas desafiantes y antisociales acompañadas de reacciones de irritabilidad, fobia escolar, agresividad e inquietud.

Para definir al niño como alguien con trastorno depresivo, es imprescindible la valoración de un profesional de la salud mental. Valoración que necesita el discurso de los padres, quienes aportaran información valiosa acerca del vínculo familiar con su hijo, su historia de vida con los diferentes acontecimientos significativos que han determinado su estado de ánimo actual.

Esta valoración dará información acerca de si la tristeza desbordada del niño, es cuestión de alguna situación reciente –separación de los padres, muerte de algún miembro cercano de la familia o de la mascota..-, algún duelo del pasado no tramitado o un estado emocional producto de un ambiente desequilibrado.

En cuanto a la situación reciente en la cual el niño tiene una alta intensidad de tristeza o algún duelo del pasado con consecuencias presentes, este estado emotivo necesita tramitarse mediante un proceso terapéutico que permita manifestar los sentimientos de dolor, desesperanza e impotencia y transformarlos en motivaciones para el mejoramiento.

Por otro lado, si la depresión infantil ocurre por la presencia de un ambiente disfuncional, sus síntomas podrán demorarse mucho tiempo en aparecer. En este caso y con mayor razón, se requiere del proceso terapéutico para conocer y actuar sobre las características del vínculo afectivo entre los dos padres y del vínculo afectivo entre padres e hijos.

La depresión infantil es una de las formas patológicas que los hijos pueden adoptar ante un contexto familiar disfuncional. Otras formas pueden ser los trastornos psicosomáticos, los comportamientos agresivos con la familia o con los compañeros a través de acciones de matoneo, bajo rendimiento escolar. Aunque se pueden explicar cómo fenómenos separados, todas estas conductas también pueden darse como consecuencia de la depresión, tal como se dijo anteriormente.

Para la cancelación de estas formas patológicas de relacionarse, el profesional de la salud mental requiere modificar algunos aspectos de la dinámica familiar conociendo su historia, mediante el discurso de cada uno de sus miembros. Discurso que puede interpretar y retroalimentar a la familia, especialmente sobre las satisfacciones que produce la sintomatología, cuyo resultado es la depresión del menor.

Después que las figuras parentales hacen conscientes estos descubrimientos, ellos podrán desarrollar planes de mejoramiento que permitan   re-direccionar su vínculo de pareja y también implementar otro tipo de vínculos afectivo y modelos de enseñanzas más sanos con su hijo.

Planes de mejoramiento que se consiguen por los acuerdos entre los dos padres de familia. Acuerdos guiados por la escucha y las intervenciones interpretativas del terapeuta, cuyo objetivo es la restitución o el desarrollo, en caso que no hubiera existido antes, de un ordenamiento o dinámica familiar funcional.

Igualmente, estos avances en el proceso terapéutico para el progreso de la salud mental del menor, debe estar acompañado de un manejo integral con la institución educativa y de un proceso terapéutico del menor, algo que permita incentivar su proactividad para  la expresión sana de emociones y la generación de actividades alternativas –deporte, arte, conocimiento- para posteriormente equilibrar su autoestima mediante la realización de actividades motivantes y la pertenencia en grupos formativos.

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