
La fortaleza es una cualidad referente a la tenencia de fuerza física o moral que permita afrontar las diferentes situaciones, especialmente las conflictivas. A través del tiempo, este comportamiento ha tenido una alta relación con el concepto de masculinidad, por lo cual culturalmente se ha exigido a los hombres poseer más fortaleza que las mujeres.
De esta forma, el significado de fortaleza de hace algunos años, se relacionaba con que los hombres, no podían expresar sus emociones por medio del llanto u otras conductas, y tampoco podían aceptar sus debilidades. En cuanto a las mujeres, para que ellas tuvieran desarrollado este cualidad, se les exigía reprimir también, aunque un poco menos que los hombres, sus emociones, y negar sus debilidades.
Empero, la concepción antigua de fortaleza se ha transformado por una definición en la cual es posible afrontar con tenacidad las vivencias cotidianas, en la medida en que el individuo tenga capacidad para valorar con objetividad sus puntos fuertes, aceptar con sencillez sus debilidades, desarrollar planes de mejoramiento para estas, y reconocer los propios estados afectivos negativos –tristeza, desazón, ira, malestar-.
Debido a esta modificación de interpretaciones en cuanto a la fortaleza, este comportamiento, en la época actual, solo puede darse en la medida en que el sujeto puede lograr un diagnóstico de sí mismo, pueda controlar sus emociones, aceptando que se tienen por lo cual se exteriorizan de una forma asertiva, pueda direccionar su deseo y pueda conseguir un vínculo afectivo con el otro, que también permita obtener ayuda o complicidad para la solución de situaciones de incertidumbre o problemáticas.
El proceso para formar la fortaleza en el niño comienza desde el momento en que su madre conoce que esta embarazada puesto que en ese instante, nace la representación del pequeño en la mente de los padres, mediante expectativas, deseos, miedos, angustias..
En caso que el embarazo sea deseado, los pensamientos alrededor del infante serán diferentes que si el embarazo es no deseado pero aceptado, o si el embarazo no es deseado ni tampoco aceptado por parte de uno o los dos padres, influyendo esto en los sentimientos que se pondrán al niño/a después de su concepción.
La significancia que el recién nacido tenga en la mente de sus padres, determina el tipo de apego de las figuras parentales hacia su hijo y viceversa, y determina como el menor se pueda acomodar a una cultura, adquirir una normatividad, un lenguaje y ser capaz de desarrollar actividades productivas, tanto para sí mismo como para los fines culturales.
Durante el primer año, la formación de la fortaleza, se puede dar en la medida en que la madre sea contenedora con las emociones de su hijo pero que al mismo tiempo enseñe al infante que debe aprender a controlar las respuestas desequilibradas, transformando estas para la realización de acciones de crecimiento.
Esto es posible con la imposición de algunas normatividades como los horarios de comida, horarios de sueño, comienzo de la dieta solida a partir del sexto mes y finalización de la lactancia a partir del doceavo mes, dormir en su propia cama sin la presencia de los padres a partir del tercer mes, lo mismo que pasar la noche sin despertarse entre el segundo y el tercer mes.
El periodo del primer año debe estar acompañado de un otro –padre, novio, abuelo-, quien dará fortaleza a la madre para la separación paulatina con el bebé, algo que permitirá en el pequeño conocer el mundo, iniciar su proceso de lenguaje y dominio de su cuerpo, aceptar ciertas imitaciones, dar comienzo al proceso de control de las emociones.
Después de cumplir el primer año, este otro que dio soporte a la madre durante el primer año, deberá tener una actitud proactiva en la crianza del menor, incentivándolo para que este más alejado de la figura materna, tenga mayor curiosidad por conocer el mundo, domine más su cuerpo y el lenguaje, interactue sanamente con otras personas, especialmente niño/as y aumente su dominio de sus emociones, recalcando que no se deben reprimir sino expresarlas de manera asertiva y poder encaminarlas hacia fines útiles.
Por esta razón, los padres deben aceptar, tolerar y no desesperarse con el llanto de su pequeño ante la dificultad que tenga para hacer llevar a cabo determinada acción o ante la rabia, impotencia o tristeza que tenga ante alguna prohibición. Las figuras parentales deben evitar frases como “los hombres no lloran” o “No llore por pendejadas”
A partir del tercer año, la fortaleza se desarrolla en los niños cuando las figuras parentales ayudan al niño a ampliar sus conocimientos, le ayudan a descubrir y encaminar su deseo complementando las actividades de la institución educativa, responden los diferentes cuestionamientos que tengan, exigen el cumplimiento de normas de acuerdo a su edad, lo incentivan para que den a entender, de manera asertiva, lo que sienten y se convierten en soporte para la solución de situaciones.
Esta es la etapa propicia para sembrar habilidades para la solución de situaciones que generen malestar y cultivar formas de acción que permitan reponerse a los inconvenientes, lo cual el niño podrá aprender por modelamiento de acuerdo a la recuperación que los padres tengan ante las adversidades, la solución asertiva de conflictos entre ellos y la resolución de dificultades que tengan las figuras parentales a nivel laboral, familiar, económico, social etc.
Además de este modelamiento, el niño/a podrá adquirir e interiorizar el concepto de fortaleza mediante juegos simbólicos en los cuales el personaje que interpreta el menor, tengan que enfrentar ciertos inconvenientes que requieren una solución. Inconvenientes que se complejizaran de acuerdo a la edad, y cuyas soluciones ante las situaciones conflictivas podrán ser orientadas por el adulto.
Poco a poco, el niño tendrá más ocupaciones, pero a pesar de esto, los padres no dejarán de compartir espacios diarios dedicados exclusivamente a la socialización de vivencias cotidianas, chequeo de actividades escolares, a la escucha de necesidades, a la orientación en el manejo de inconvenientes, y espacios semanales dedicados a la diversión y formación.
Los padres deben indagar a su hijo sobre sus distintos ambientes y permitir que exprese sus diferentes emociones ante estos de forma equilibrada con alegría, risas, llanto o palabras que denoten rabia, sin que esto implique descompensaciones como tirar cosas o maldecir.
El trayecto de los años de la niñez, necesita que los padres estimulen en su hijo habilidades para el reconocimiento de las especificidades de su personalidad en cuanto a fortalezas y debilidades, y propicien que el menor tenga planes de mejoramiento para sus puntos débiles, los cuales deben tener seguimiento de sus progenitores.
El mundo escolar, las interacciones cotidianas con sus padres caracterizadas por el apego seguro, los espacios didácticos de formación y diversión, junto a las actividades extracurriculares para el descubrimiento y aprovechamiento de sus deseo, estimuladas por sus padres y acompañadas por ellos en ciertas ocasiones, permiten la adquisición de una autoestima equilibrada en los niños, con la posterior formación de la competencia de fortaleza.