La madre buena como objeto fálico de su hijo.

El falo, según la real academia de la lengua española, significa el pene. Sin embargo, si se piensa desde el punto de vista simbólico, el falo puede significar tener, cuya existencia requiere que se conciba la representación del no tener, algo que solo puede darse dentro de un sistema binario.

Un sistema binario consiste en una categorización que solamente admite dos cantidades. En este contexto, el falo equivale a la cantidad uno, o sea el concepto de tener o completud,  mientras que la cantidad cero equivale a no tener o la incompletud.

Como se ha dicho anteriormente, el bebé y la madre son uno durante todo el embarazo, de tal manera que el hijo es el falo de su madre y viceversa. Relación fusional que se conserva hasta el momento del parto, en el cual existe una separación biológica.

A pesar de esta separación, las dos partes de este vínculo –hijo y madre-, añoran con revivir este estado de unión dado durante el embarazo, en caso que haya sido totalmente placentero, tranquilizador y generador de armonía, como sucede con gran cantidad de situaciones durante el tiempo de preñez.

En el momento del nacimiento, el enlace fálico o de completud entre madre e hijo se rompe, desde el lugar natural. Empero, en este momento la naturaleza señala que el hijo necesita la madre para sobrevivir durante mayor cantidad de tiempo, razón para que el vínculo fusional biológico toma otra forma y ocurre en tiempos determinados y a través de ciertas funciones –alimentación, dormir..-.

Esta transformación se asocia con la generación de un vínculo fusional simbólico o social, que refiere que, al menos, en los primeros meses, la figura materna ha de tener con su hijo un afecto totalmente cercano, contenedor de sus emociones y necesidades, sin ningún tipo de negativas o normatividades…, algo que hace sentir y creer al infante que es propietario de su propia madre, otra vez.

Así, durante los primeros meses de vida, la madre se convierte en el objeto de completud de su hijo. Esta connotación necesariamente esta ligada a la de madre buena puesto que la adulta accede a la totalidad de deseos de su hijo, con una actitud continente y empática, sin imponer determinado tipo de restricción, y mostrando, o por lo menos intentar hacerlo, emociones positivas en su manera de actuar.

Con el transcurrir del tiempo, aquel vínculo fusional simbólico, el cual fue nombrado anteriormente, necesita disminuirse y reglamentarse para que el niño se pueda desarrollar afectivamente y la madre vuelva a recobrar su ritmo de vida habitual.

Dichas reglamentaciones iniciales que exige la madre –horarios de comida, tiempo y lugar para el dormir…- son las bases para la adquisición de las demás normas y, para la entrada, adquisición de importancia de la figura del padre, o quien haga sus veces, y posterior rompimiento de él en la dinámica fusional entre madre e hijo.

Desde este sitio, la madre comienza a interpretarse como mala dentro de la mente de su hijo. Sentido obligatorio para despertar el interés de su hijo en el padre, quien es el encargado de adaptarlo a una cultura mediante el desarrollo de sus distintas facetas –física, adaptativa, afectiva, lenguaje, social-.

El niño pequeño podrá neutralizar y reponerse ante esta concepción mala de su madre, visualizando este significado como algo momentáneo, puesto que internamente esta plagado de definiciones buenas, nutritivas y constructoras de su madre.

Dando oportunidad para que la norma o el “deber ser” rompa la fusionalidad de la madre con su hijo, norma que posteriormente toma la forma del padre, quien además asume otras representaciones afectivas en la mente del infante, él siente que es alguien en falta puesto que no se encuentra unido a su madre cómo quiere.

En conclusión, el proceso de hacer sentir en falta a su hijo, a través de concebir a su madre como mala, tiene su inicio desde el momento en que el pequeño ha aprendido el concepto de completud del vínculo con su madre en los primeros meses de vida.

Conocimiento que puede darse por las interacciones cercanas y continentes de la madre con su hijo, el equilibrio emocional de estas interacciones, junto a la exigencia paulatina en el cumplimiento de normas, el desarrollo de lazos emocionales con otros, especialmente su padre, y el aumento en la intensidad de la separación.

Aquella figura maternal que tiene resistencia a que su hijo la sienta, en algunas ocasiones, como madre mala –regañándolo, poniendo restricciones, mostrando algún tipo de emoción negativa…-, puede presentar inconvenientes con el “deber ser”, con la interiorización que ha hecho de su propia madre, o puede tener otra razón particular que implique ganancias referidas a que su hijo la sienta en la totalidad de las circunstancias como madre buena –necesidad que su hijo la prefiera sobre el padre u otra persona, el hijo visualizado como pareja sentimental…-

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