
Cuando las dos personas o por lo menos una de ellas, miembros de una pareja con largo recorrido de convivencia –más de diez años- llegan a la década de los cuarenta años, las estadísticas muestran que existe una alta posibilidad que esas uniones se separen por diferentes motivos.
Adentrándose a la interpretación de la realidad de estas parejas, algo que se puede observar tanto en consulta como en los distintos ámbitos sociales, es posible establecer que estos colectivos centraron su vínculo de convivencia en alianzas sin el componente afectivo.
Los miembros de la pareja basaron, algunos sin darse cuenta, sus lazos solamente en ser padres, compañeros de gastos, o diferentes colectivos ante los demás, olvidándose que tenían que alimentar de manera diaria su vínculo de amor con unas acciones que los involucrara únicamente a ellos dos.
Ciertas relaciones optaron porque sus hijos durmieran en las mismas habitaciones que ellos, enfriando o restándole importancia a la posibilidad de sexo y caricias durante varios años, otros tomaron los hábitos negativos de no otorgarse tiempo de esparcimiento para ellos, ni mucho menos dar espacio para la introspección en pareja. Otros se olvidaron de los detalles, las palabras bonitas..
Innumerables comportamientos que van disminuyendo la intensidad del lazo afectivo hasta acabarlo. Esto es la causa más profunda de la mayor parte de las rupturas amorosas, que explota por otras razones como infidelidad, problemas de comunicación, inconvenientes de dinero, inconvenientes del pasado sin resolver, incompatibilidad de caracteres, nido vacío..
Sobre todo el nido vacío, en el cual los hijos adolescentes o preadolescentes ejecutan acciones para separarse de sus padres y conseguir su propia independencia, es una de las situaciones que más confronta a la pareja, puesto que los obliga a compartir los espacios del hogar únicamente a ellos dos, sin temas en común fuera de la referencia a sus hijos.
Los miembros de estas uniones con dinámicas resquebrajas no se dieron cuenta o no quisieron hacerlo por falta de herramientas introspectivas dentro de la pareja y por estar pendientes de sus alianzas. Ellos hubieran podido cuestionarse sobre la crisis cuando esta no tenía mucha fuerza, y tomar medidas para solucionar estos conflictos.
Las crisis de las relaciones de convivencia, muchas de ellas insalvables porque tienen demasiada intensidad, ocurren más que todo en la década de los cuarenta y cincuenta años, porque en esta etapa las personas se sienten con mayor libertad para expresar lo que son y, se encuentran menos concentrados y con menos presión en conseguir la aprobación social.
De esta manera, dar a entender ante los demás la ruptura, no causa tanto malestar que tomar esta decisión en la década de los treinta o en la década de los veinte puesto que en estas dos décadas, la persona esta más pendiente que los demás piensen que su relación se asemeja a lo que dicen los estereotipos sociales.
Adicionalmente, las uniones de convivencia o matrimonios toman la decisión de separarse en la década de los cuarenta y cincuenta puesto que los hijos son adolescentes o por lo menos no se encuentran en la primera infancia, lo cual da pie para la interpretación que la desunión de los padres tendrá efectos negativos, pero estos se pueden disminuir con el tiempo de forma más fácil que si los hijos estuvieran muy pequeños.
Muchas de estos lazos de convivencia toman la decisión de terminar su vínculo de pareja pero siguen compartiendo el mismo hogar, pues todavía sienten una presión social y no quieren que los demás piensen que no cumplieron con el estereotipo de ideal de pareja.
Este miedo para enfrentar a la sociedad se disfraza de motivaciones que implican compartir gastos, y por ende lograr que sus hijos puedan acceder a mayores comodidades, permitir que los hijos tengan diariamente la posibilidad de estar con sus dos padres..
En estos casos, los adultos no han sido capaces de equilibrarse emocionalmente como una persona de cuarenta o cincuenta años. Ellos no se pueden deshacer de una relación de pareja que no tiene razón de ser debido a falta de herramientas afectivas, estancándose en su desarrollo personal.