
Ser padres es una experiencia que permite re-significar la relación del adulto con sus propias figuras parentales, puesto que los más jóvenes adquieren empatía con sus progenitores, y por ende, se producen mayores elementos de identificación y admiración. Dicha empatía propicia que la línea formativa se conserve totalmente, se modifique un poco o en su totalidad.
En cuanto a la mujer, tener un hijo al interior de ella durante nueve meses, ocasiona un vínculo fusional entre los dos, algo que deja muchas ganancias psicológicas a la madre –sentimiento de completud, sentimiento acerca que la sociedad la significa de manera bondadosa, generando que la madre embarazada tenga más derechos sobre las demás personas..-. Vínculo que inconscientemente seguirá buscando en la totalidad de la historia de su hijo, lo cual se consigue de manera cercana en algunas situaciones.
El hecho que la madre se sienta o se quiera sentir completa con el hijo, tiene bastantes similitudes con su deseo de primera infancia de significarse sin distanciamiento con su propia madre, situación que ocurre cuando no ha entrado un otro, de forma funcional, para implementar una separación no traumática entre la adulta y su bebé.
Sin embargo, la actual madre reconoce que este deseo de relación demasiado cercana no puede cumplirse puesto que su pensamiento se encuentra atravesado por la normatividad interiorizada de su padre durante su primera infancia, demostrando esto que dicha madre ha hecho un proceso edipico funcional.
En caso que la madre no haya ejecutado una triangulación edípica sana, sus deseos de fusionarse con su hijo prevalecerán sobre el deber ser y no tendrán ningún impedimento en su propia subjetividad. Este fenómeno es resultado que no existe una normatividad interiorizada que prohíba que este lazo anhelado se convierta en real.
Las madres actuales que no tuvieron un su niñez, una figura paterna o alguien que representara esta con la suficiente fuerza en su carácter como para exigir la separación de la relación fusional madre e hijo, tienden a repetir este ciclo, originando en sus hijos diversos inconvenientes en la adecuación a una norma social, la adaptación a grupos, la adquisición del lenguaje, el desarrollo de competencias blandas, demasiado nivel de egocentrismo…
Por el lado del padre, el proceso se da en dirección contraria puesto que su deseo se encuentra asociado a estimular que el infante se introduzca en un orden social y del lenguaje, mediante la separación que requiere desarrollar de la relación demasiado pegada de la madre con su hijo.
Empero, este interés esta atravesado por la interiorización que realizo de su madre, permitiendo, también, su motivación por contener las emociones de su pequeño, demostrando, tal como experimento la madre, que este padre tuvo un proceso edípico funcional.
De manera que si el padre actual experimento un vínculo afectivo positivo con sus figuras parentales en su primera infancia, esto podrá replicarlo con su hijo, teniendo claro que su papel normativo debe primar, pero a pesar de esto, el adulto requiere tener apertura y cercanía emocional con su pequeño, no tanto como la madre, puesto que si fuera así, se comienzan a perder las jerarquías de autoridad saludables entre padres e hijos.
En caso de no haber tenido ese tipo de vínculo, el actual padre tendrá un pensamiento en que inculcará una norma demasiado rígida, tanto así que puede convertirse en maltrato, en caso que el hijo tenga algún tipo de resistencia, pues esta ley social se enseña sin ningún tipo de reforzamiento o retroalimentación positiva.
Si un padre posee cierto nivel de comprensión y continencia en la adquisición e interiorización que su hijo realizará de la norma, del lenguaje y del ordenamiento social en general, esto no implica que no proporcione prohibiciones con negativas, así como tampoco implica que el primer paso para este proceso de aprendizaje de la normatividad, no sea el miedo ante las consecuencias negativas que se obtengan si no se cumplen estos impedimentos.