
En el adolescente existen suficientes razones neurobiológicas, psicológicas y sociales –explicadas en escritos anteriores- para producir altibajos emocionales, de gran intensidad, entre felicidad y tristeza. Sin embargo, dicha alta tristeza no se puede catalogar como trastorno depresivo, puesto que este solo se diagnostica a partir de los 18 años.
Analizando diversos motivos externos, alejados de la biología, por los cuales los adolescentes se sienten melancólicos y afligidos, se puede observar unos vínculos familiares disfuncionales con los padres, especialmente aquellos separados o aquellos que conviven juntos únicamente por su falsa creencia acerca que es ideal ofrecerle a su hijo un hogar con padre y madre, aunque ellos no se encuentren en un lazo de pareja y/o tengan un conflicto permanente.
Estas relaciones nocivas entre padres e hijos se caracterizan porque los adultos piensan que sus hijos son más importantes que ellos mismos, el mayor, y casi que el único interés en su vida, y que además, deben tener más derechos y privilegios que los propios padres, sin ningún tipo de responsabilidad y exigencia.
Los padres existen por sus hijos y a través de ellos. La totalidad de los esfuerzos paternos y maternos tienen como objetivo concederles a los descendientes sus deseos, olvidándose por completo de su propia integridad y de su proceso de desarrollo personal.
De esta forma, el adolescente siente que es superior a sus figuras parentales, afectando las líneas de autoridad funcionales. Dicho contexto incentiva las conductas de maltrato, las dificultades de adaptación y la escasa intensificación de competencias blandas.
Cuando los padres complacen la mayor parte de los deseos de su hijo adolescentes, esta puede ser una respuesta inadecuada que se daría por variadas explicaciones como compensar la culpabilidad por la falta de tiempo que comparten con sus hijos, culpabilidad por haber tenido ese hijo sin deseo, entre otras.
Al hacer esta compensación que una cantidad importante de ocasiones se traduce en lo monetario, los padres se olvidan del tiempo que necesitan pasar con su hijo adolescente para orientarlo, darle contención emocional, estimularlo para la pertenencia a grupos con actividades socialmente aceptables y exigirle el cumplimiento de la normatividad.
En el momento en que los hijos adolescentes obtienen aquello que ambicionan, no ejecutando alguna clase de trabajo para esto, ellos no crean intereses desde el punto de vista racional, y tampoco adquieren habilidades para resolver conflictos, puesto que, aunque tenga o no tenga estas competencias, su voluntad será concedida por sus padres.
El adolescente se desarrolla sin motivaciones puesto que todo lo tiene. No existen ilusiones, lo cual al mezclarse con las modificaciones neurobiológicas, acrecientan el estado de tristeza en esta etapa y el sentir que sus padres no se encuentran realmente interesados en sus hijos.
Igualmente, el hecho que el adolescente no tenga que esforzarse en absoluto para tener lo que él quiere, impide que él pueda conocer sus fortalezas y sus debilidades, pueda controlar sus emociones e impide que él deba aprender a formar vínculos relacionales asertivos con los otros.
El adolescente con estas características, desarrolla apatía con su propia existencia, concepción que no es importante para los demás, especialmente para sus padres, puesto que ellos no le ofrecen tiempo, y mucho menos afectos, incentivando que se aleje de las interacciones.
Alejamiento que puede ocasionar que prefiera sumergirse en la fantasía, huyendo de un medio social que no genera relaciones satisfactorias, con la posibilidad de caer en adicciones, desarrollar ideaciones suicidas, delirios, alucinaciones o alguna otra conducta patológica.
Estos son los adolescentes que si no inician un proceso terapéutico inmediato, pueden caer en un trastorno depresivo u otro tipo de patología después de cumplir los 18 años. Proceso que permitirá conocer su deseo, conocerse a sí mismo y explorar cuales fueron las ganancias tanto de él como de sus padres con la dinámica de comunicarse solo a través del pedir cosas –hijos- y de conceder los beneficios sin ciertas negativas, y sin ciertas exigencias –padres-.
Conociendo lo anterior mediante el discurso, el adolescente podrá resignificar un pasado disfuncional, creando herramientas individuales que permitan conocer su deseo, modificar los vínculos afectivos disfuncionales con sus figuras parentales y ser proactivo en la solución de las problemáticas presentes y futuras.