Los sujetos funcionales comparten ciertos rasgos con aquellos individuos con trastorno de identidad disociativa.

Los profesionales de la salud mental que han trabajado con individuos que presentan trastorno de identidad disociativa, señalan que estas personas, dentro de sus personalidades, contienen al huésped, quienes tratan de mantener unidas a las otras identidades, pero no tiene la fuerza necesaria para hacerlo.

Por otro lado, las personas que no han sido víctimas de sucesos tan traumáticos en su niñez –abusos repetidos, especialmente cuando son familiares en grado muy cercanos-,  pueden presentar variados rasgos disonantes de personalidad, aunque estos no tengan la alta intensidad de aquellos que se dan en el trastorno de identidad disociativa.

En este caso, la personalidad huésped se denomina yo, cuya función es interactuar constantemente e integrar, o por lo menos tratar de hacerlo, las diferentes características en su mismisidad que tienen los sujetos, algunas de ellas que se contradicen unas a otras.

Dicho fenómeno ocurre porque el yo toma cierto distanciamiento del concepto de la personalidad huésped. El yo funcional posee las fortalezas para contener tanto las diversas maneras de procesamiento de la información que son distantes unas de las otras, así como el deseo de ellas por manifestarse, por lo cual impide que la identidad se desintegre.

El yo de personas que no se han fragmentado en su personalidad, también tiene la potencialidad de reprimir aquellas representaciones con contenido altamente egocéntrico, los recuerdos traumáticos, específicamente los ocurridos en la primera infancia, o aquellas memorias moralmente tan castrantes que provocan la inestabilidad emocional del ser humano.

La represión se lleva a cabo mediante mecanismos de defensa –maneras de procesar la información y comportamientos que permiten al individuo protegerse del sufrimiento evitando las emociones dolorosas, los pensamientos negativos, la ansiedad y eventuales bloqueas-.

Estos mecanismos de defensa provocan la tramitación de la energía displacentera y la exteriorización de ella, para la disminución momentánea de sus efectos desequilibrantes sobre el individuo. Aunque, esta tramitación posibilita este objetivo, no es del todo sana, puesto que el sujeto no tiene conciencia de este actuar.

La latencia o inconsciencia de estos mecanismos de defensa, se dan porque ellos se adquirieron durante la primera infancia, más exactamente antes que el sujeto hubiera estructurado completamente un lenguaje social. No estando atravesado por el lenguaje, se puede inferir que los mecanismos de defensa, al igual que el inconsciente en general, tienen su base en el sistema límbico.

A pesar de dicha capacidad por reprimir representaciones por medio de los mecanismos de defensa inconscientes, estas –representaciones- se pueden filtrar algunas veces en ciertos fenómenos grupales e individuales, tales como los chistes, la vida onírica –los sueños-, los lapsus en el lenguaje, el folclore, los olvidos, síntomas psicosomáticos…

De esta manera, se puede observar como las caracterizaciones del trastorno de identidad disociativa, a pesar que presentan similitudes con la dinámica interna de las personas funcionales, difieren en intensidad con ellas, así como también se distancian en la temática referente a escasas o ausencia total de herramientas emocionales para soportar los rasgos contradictorios de personalidad.

En los casos de trastorno de identidad disociativa, se recomienda la realización de un proceso terapéutico, en el cual el profesional de la salud mental estimulara las asociaciones para que estos sucesos infantiles reprimidos, cobren vida a través del discurso, pudiendo descargar su alta carga negativa, con el propósito que las distintas identidades se integren paulatinamente.

Proceso que también es recomendado para los sujetos funcionales en el que el yo tiene un rendimiento mucho más que aceptable puesto que ha desarrollado mecanismo de defensa adecuados para tramitar la energía nociva y desequilibrante, bajándole intensidad, y de este modo no permitir que este yo se fragmente.

En los individuos funcionales, el otro terapéutico direccionara al paciente para la disminución de la carga emocional displacentera, mediante el discurso alrededor del síntoma y de sus ganancias, el conocimiento de sus memorias reprimidas que ocasionan tanto distintas características de personalidad como sus resistencias a extinguirse, y la integración de esos recuerdos con los conocidos y con las vivencias actuales, lo mismo que la unión de las distintas facetas del sí mismo, pudiendo de esta forma re significarse a sí mismo.

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