Antes de cumplir el primer año de vida, la madre comienza a ejecutar con su bebé, una dinámica de ausencia-presencia y la imposición de ciertas normatividades como horarios de sueño, no despertarse durante la noche, dormir en su propia cama, el inicio de la dieta sólida en el sexto mes y la terminación de la alimentación de pecho a partir del doceavo mes.
En este instante, el niño pequeño se da cuenta que no es un ser completo puesto que se encuentra separado de su madre. Esta percepción se consolida en la medida en que el padre tenga un papel proactivo en este proceso, a partir del mes doce.
Papel proactivo que implica enseñarle un lenguaje social, el cual está alejado de la comunicación que tenía con su madre. Adicional a esto, la figura paterna incrementará el proceso de enseñanza de una normatividad y mostrará distintos contextos, por lo cual el bebé adquirirá capacidades de adaptación a nuevos ambientes, lo mismo que curiosidad por conocer distintas cosas, lugares, personas..
Para ejercer este papel proactivo, el padre no debe olvidar enseñarle al pequeño que su madre tiene un mundo diferente a su hijo –relación de pareja, trabajo, grupos de amigos..- razón por lo cual requiere alejarse durante parte del día y el pequeño debe aprender a vivir sin ella.
La totalidad de estas formaciones, claves en la inserción del niño a una sociedad, genera que él desarrolle miedos y ansiedades que son estructurales en la medida que estas son sensaciones displacenteras naturales que permiten dar respuestas a un proceso como es la acomodación a una cultura.
Recordando escritos anteriores, el miedo es una respuesta funcional que se caracteriza por reacciones displacenteras con síntomas fisiológicos –cardíacos, respiratorios, nauseas etc- y síntomas psicológicos –agotamiento, intranquilidad, temor etc-. El miedo ocurre ante un estímulo presente y no ante el pensar en el estímulo futuro. Por otro lado, la ansiedad es un estado anímico displacentero funcional caracterizado por síntomas fisiológicos y psicológicos respecto del futuro.
De esta forma, los primeros miedos o ansiedades que sufre el ser humano están asociados a sentirse seres incompletos, algo que requiere hacer acciones por ellos mismos, con ayuda de sus figuras parentales, para disminuir estas sensaciones agobiantes, y no convertirlas en un ataque de pánico -miedo excesivo- o ataque de ansiedad -ansiedad excesiva-
El soporte de los padres debe encaminarse en desarrollar un ambiente afectivo que permita la confianza del niño pequeño para la separación y el aprendizaje, lo mismo que un camino normativo funcional. Ambos procesos necesitan interrelacionarse de manera sana.
Al miedo y la ansiedad por sentirse un ser incompleto y tener que hacer acciones individuales –divertirse solo en el corral jugando con juguetes, intentar modular palabras, gatear, explorar su casa y los diferentes ambientes que conozca…- para reponerse a esas sensaciones y sentimientos displacenteros, se suman los sentimientos ambivalentes –amor y odio- producidos hacia el padre del mismo sexo, tal como se explicó en el escrito anterior.
Sentimientos que necesitan ser reprimidos para no originar un miedo o una ansiedad inmanejable. La calidad de dicha represión solo es posible en la medida en que su medio ambiente más cercano –sus padres- generen seguridad y tranquilidad.
De esta forma, el niño/a tiene dos situaciones, muy cercanas en el tiempo, que hacen parte de sus primeros miedos o ansiedades. Sensaciones displacenteras que son estructurales en la medida que denotan que la naturaleza del ser humano se caracteriza por ser alguien incompleto y por ser alguien ambivalente.
