Las figuras parentales ofrecen infinitas muestras de amor y cariño hacia sus hijos. Muestras cuyos ejemplos más representativos están asociados al cumplimiento de todos los derechos de los niños – ambiente sano, salud, educación, diversión, nombramiento etc.-
En cuanto al derecho del niño por tener un nombre, los padres además del registro de su hijo con un nombre determinado, lo empiezan a denotar con un sobrenombre especial, algo que puede significar muestras de cariño y cierta complicidad entre el niño y la familia.
Gran cantidad de apodos cariñosos hacen parte de este repertorio. Los diminutivos del nombre –Fercho, Pipe, Nanda, Caro etc.-, diminutivos de animales cariñosos –osito, gatico etc. -, nombramiento de la realeza con sus diminutivos – rey, reina, príncipe, princesa etc.- y las infaltables maneras de nombrar, asociadas con los diminutivos de las figuras parentales –papi, mami etc.-
Algunos nombramientos cariñosos no ejercen consecuencias negativas en el desarrollo de los vínculos emocionales funcionales entre padres e hijos puesto que se refieren a las características dulces de los animales y a los nombres resumidos de las personas. Sin embargo, otros sobrenombres pueden tener una connotación nociva puesto que denotan o convierten al pequeño en figuras de poder o autoridad.
El efecto de estos nombramientos se pueden observar, más que todo, después del primer año puesto que en esta época el infante se inscribe en un orden cultural, y por lo tanto desarrolla más rápidamente el lenguaje y sus capacidades de entendimiento.
Efectos positivos puesto que el niño tiene un reconocimiento más fácil al llamado, y también puede distinguir los estados de ánimo de la madre o de la familia –cuando los padres están serios, llaman a su hijo por su nombre, mientras que cuando los padres están contentos, llaman a su hijo por su apodo cariñoso-.
Aunque algunos de estos apodos pueden intensificar el lazo emocional de los padres o de las figuras familiares con el niño sin ninguna consecuencia psicológica malsana, existen otro tipo de apodos que no favorecen la separación de su hijo con sus figuras parentales y apodos que representan a los hijos como superiores.
Nombrar a su hijo, nieto o sobrino como papi, mami, príncipe, princesa, rey o reina entre otros puede percibirse como algo inocente para expresar el afecto al menor. Empero, estos nombramientos están comunicando disfuncionalidades afectivas de quien lo pronuncia puesto que están colocando al hijo/o hija sobre ellos, queriendo significar que su existencia tiene sentido solamente en la medida que está asociada con la presencia y con el servicio hacia sus hijos.
Además de esto, el niño empieza a oír este apodo desde muy pequeño, sin poseer, todavía, la capacidad cognitiva para saber que este nombramiento es una representación del amor, concibiendo este nombramiento al pie de la letra. Palabras que quedan guardadas en la memoria y que el niño identifica como tal en el momento en que conoce su definición.
Por esta razón, el niño/a queda marcado con este significado y se comienza a comportar como tal. Para el infante, él está por encima de sus figuras de autoridad, algo que le da el derecho a cumplir sus deseos sin restricciones y algo que le puede generar dificultades o incapacidades para entrar en un orden cultural.
A mediano y largo plazo, el príncipe, la princesa, el papi o la mami pueden tener dificultades en la adaptación al medio educativo, en el cumplimiento de la normatividad, en la socialización y en su estructuración psíquica. Inconvenientes tan grandes que comienzan cuando la familia se olvida que están formando personas para una cultura, haciendo que los hijos interioricen una creencia que son superiores a los demás mediante esta clase de nombramientos.