
El pensamiento crítico es la capacidad que tiene el ser humano para analizar y evaluar la información existente respecto de un tema específico, intentando esclarecer la veracidad de dicha información, para de este modo alcanzar conclusiones justificadas.
Esta capacidad no existe en la primera infancia, despertando un poco en la edad entre los seis a los doce años, lo cual se encuentra asociado con la significación de “superhéroes” dada a sus progenitores durante la niñez, de tal manera que confían mucho en la sinceridad de la palabra de los adultos, por lo cual no generan una posición critica frente a ellos.
Adicional a esta explicación, la inteligencia de los niños es esencialmente concreta, algo que significa que dicho entendimiento solo permite la creación de conclusiones válidas en las situaciones observables, no interesándose por los hechos que son ajenos en su interacción cotidiana.
Llegado el periodo de la adolescencia, el sujeto desarrolla su pensamiento formal. Manera de procesar la información caracterizada por la potencialidad para explicar los fenómenos que ocurren en la realidad sin la presencia física del objeto –el sujeto puede llegar a conclusiones abstractas que no se vinculan o van mucho más allá de lo concreto-.
Esto es una de las razones que motivan al adolescente para opinar sobre distintas realidades aunque no haya tenido contacto con ellas de ninguna manera. Sin embargo, estos puntos de vista pueden estar asociados a la superficialidad, debido a la necesidad del adolescente por la inmediatez –utilización de las primeras informaciones que toman de un tema específico- con consecuencias en la poca capacidad de espera que tiene hacia actividades que exigen investigación.
El adolescente no se encuentra interesado en tareas a mediano o largo plazo, actividades que son indispensables para la mayor efectividad del pensamiento crítico. A pesar de esto, los sujetos de estas edades tienen otras características que estimulan el desarrollo de dicha competencia.
Los pre-adolescentes y adolescentes tienen motivación en conseguir la independencia emocional de sus padres, por lo cual sienten que es necesario la transformación de sus modelos identificatorios de sus figuras parentales por otras personas fuera del entorno familiar –profesores, artistas, deportistas, escritores, otros padres…-.
Cambiando de modelos identificatorios, el adolescente es capaz de definir a sus padres y a su entorno familiar con mayor objetividad, propiciando el deseo por conocer su historia desde un punto de vista diferente al utilizado hasta el momento, y con ello, conseguir deshacerse un poco de la emocionalidad implementada anteriormente.
Al hacerlo, él podrá llenar algunos vacíos que probablemente tiene, especialmente aquellos referidos a sus primeros años de vida, permitiendo de esta manera, la visualización de su presente con mayor claridad, junto con las decisiones que debe tomar a futuro.
Ejecutando cierta separación emocional del grupo familiar, el adolescente podrá sentir empatía hacia ellos en cuanto al entendimiento en su forma de analizar las situaciones. De tal manera, cuando intente resolver determinado inconveniente, tendrá en cuenta tanto su perspectiva como la de sus adultos más representativos.
Al indagar sobre sus cimientos emocionales y ser estimulado por los miembros de su familia con esta labor, el adolescente puede mejorar los lazos afectivos con ellos, y con esto su capacidad para obtener acuerdos que impliquen el análisis conjunto tanto de la problemática como de los resultados.
Profundización que no solo debe centrarse en temáticas de su familia o de su mismisidad sino que se amplíe a otros tópicos de interés para el adolescente. Vivencias en la institución educativa, su grupo o su entorno social –drogas, alcohol, métodos anticonceptivos, deportes-.
Fuera del deseo de indagar a fondo sobre su familia, y por ende, sobre sí mismo, el adolescente se da cuenta que puede ser más autónomo en la medida que tenga la capacidad de acceder a mayor cantidad de información y poder evaluar críticamente esta para dar solución a los inconvenientes o dejar sin argumentaciones a sus padres en los conflictos que presentan constantemente.
Una de las conclusiones posibles de este texto es que el adolescente tiene algunas facilidades pero también otras debilidades para el desarrollo del pensamiento crítico, las cuales se incentivan en la medida del vínculo afectivo positivo o negativo que el tenga con sus figuras parentales.