Presión, entre los 25 a 40 años, por convivir con la pareja.

La pareja, según Carlos Pérez Testor –médico psiquiatra y psicoterapeuta de pareja y familia- es un acuerdo inconsciente que determina una relación complementaria, en la que cada uno desarrolla partes de sí mismo que el otro necesita y renuncia a partes que proyecta en el cónyuge.

Estos acuerdos inconscientes son observados,  empujados y hasta incentivados en su formación por un orden cultural, en las edades entre 25 a 40 años, con el objetivo que se conviertan en vínculos que conviven dentro de un mismo espacio físico. Orden cultural representado en la familia, las amistades, las  distintas instituciones como la iglesia, gobierno…

Instituciones que ejercen presión directa o a través de mensajes que se socializan por los medios de comunicación. Dicha presión recae en su forma más radical hacia las mujeres, con el argumento que el reloj biológico que permite tener descendencia, esta llegando a su fin.

La imposición cultural puede ser una de las razones para producir la mayor cantidad de matrimonios y relaciones de pareja que comparten el mismo hogar en este periodo de tiempo. Al mismo tiempo, dicha presión también puede afectar la convivencia de forma negativa, ocasionando vínculos de pareja  poco sólidos, los cuales apenas son capaces de separarse después de los cuarenta años, más que todo porque en la mediana edad los individuos logran reconocerse en su individualidad, dando a esta mayor importancia que la expectativa social que determina los comportamientos entre los 25 y 40 años.

De esta manera, el sujeto elige una pareja con la cual puede complementarse en muchos aspectos. Empero, existen otras temáticas esenciales que pueden ser disfuncionales entre los dos, las cuales no se han explorado,  no se han querido profundizar  o se han dejado pasar sin resolver los conflictos aparecidos en la época del noviazgo.

Es tal el afán que sienten los miembros de la pareja por compartir el mismo hogar, y de esta manera no ser señalados por el aparato social, que no han creado entre ellos espacios de introspección acerca de  las particularidades de su relación, tampoco lo han hecho reflexionando acerca de su mismisidad, y mucho menos dentro de un contexto terapéutico que les permita conocer su verdad manifiesta y su verdad latente, con el propósito de integrarlas y concluir si este vínculo de pareja, además de ser complementario, es beneficioso para los dos.

Esta pareja se ha contentado solamente con sentirse complacidos en algunos momentos del vínculo afectivo, incluido el entendimiento en la parte sexual y en variadas temáticas externas, sin llegar más allá de lo aparente, a pesar que tienen capacidad para la profundización puesto que la etapa del enamoramiento, en la cual se concibe a la pareja de manera parcial de acuerdo a los ideales propios, finalizó.

Así, el sujeto que lleva con su pareja cierta cantidad de tiempo, tiene capacidad para significarla con sus fortalezas y debilidades, competencias para conocer si sus cualidades pueden complementar algunas fragilidades de su pareja y si ella –su pareja- tienen facultades que pueden complementar los puntos propios que son delicados.

Adicionalmente, antes de iniciar la convivencia, los dos miembros de la pareja necesitan explorar sobre los vínculos emocionales propios que tuvieron con sus padres, conocer los de su pareja y concluir si esas dos experiencias se pueden complementar.

Haciendo este proceso introspectivo, el cual necesita de un otro terapéutico que retroalimente e interprete el discurso de la pareja para el conocimiento de su profundidad individual y colectiva, las dos personas se encuentra preparadas para tomar una decisión estructurada y equilibrada acerca de la posibilidad de convivir funcionalmente.

En este caso, dicha decisión toma distanciamiento de la intimidación que puede ejercer lo social, permitiendo que la convivencia posea cimientos sólidos que sirvan para solucionar las distintas crisis que se presentan dentro de la pareja y a nivel individual en las variadas etapas de la vida.

La profundización de la mismisidad tanto de pareja como individual, ha tomado tanta importancia en los últimos años que las distintas iglesias exigen para casarse, la realización del curso prematrimonial, espacio que no tiene la utilidad de un proceso terapéutico pero permite el desarrollo de acuerdos en cuanto a tópicos que incentivan el malestar dentro de la pareja.

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