Primera parte del proceso edípico.

El complejo de Edipo es un término originario del psicoanálisis que significa el deseo del hijo por tomar posesión del cuerpo de la madre, ejerciendo con ella acciones sexuales, objetivo que solo se puede lograr después que se ha asesinado al propio padre.

Este complejo ocasiona un proceso largo dentro del entorno familiar, cuyo objetivo es la imposición de una prohibición al infante para que no ejecute su deseo de poseer a su madre, tal como lo hizo en el embarazo y en el primer año de vida del niño. Deseo que equivale al establecimiento de un vínculo afectivo tan cercano con ella, en la cual no exista distanciamiento emocional y tampoco físico.

El proceso edípico se caracteriza porque un otro irrumpe el vínculo fusional de madre e hijo, introduciendo al pequeño en el mundo social y de lenguaje, por lo cual demanda que él interiorice las normas básicas de convivencia, lo mismo que los códigos lingüísticos que permitan interactuar eficazmente tanto con los demás como consigo mismo.

El proceso edípico tiene su razón de ser en la medida en que exista un otro, independiente a la madre, el cual pueda realizar la separación. Sin embargo. Dicho proceso comienza con la castración oral, idealmente ejecutada a los doce meses, por cuenta de la madre en representación de la sociedad.

En este momento, la adulta desteta a su hijo, acto que, cuando se produce de forma sana, culmina con el deseo de succionar junto a la motivación por la posibilidad de hablar, placer que no solo se comparte con la madre, sino con el padre y otras personas de su entorno.

La satisfacción producto de la posibilidad del niño para la pronunciación de fonemas y la comunicación por medio de estos, así como de palabras y de frases, cancela o por lo menos disminuye la motivación por la ejecución de los comportamientos caníbales sobre el seno de la madre, acciones que se amplían a demás sujetos u objetos.

Del mismo modo, la madre que se ha separado funcionalmente de su hijo, adquiere un placer, en el proceso de guiar sus fonemas y su motricidad, mucho mayor que el placer erótico ligado a la succión de su pecho por parte del menor, pudiéndose leer esto como un distanciamiento que ella hace de su propio deseo de seguir conservando el vínculo demasiado cercano entre los dos a través del seno –la madre se concibe como un otro-.

Este destete ofrece más posibilidades para que la madre introduzca al padre en la dinámica con su hijo, así como permite que el menor acepte esta presencia y que el padre se estimule a involucrarse en los procesos educativos, tanto para manejar los temas concernientes al control de esfínteres en su hijo varón, y ser proactivo en el apoyo de este proceso de la madre con su hija.

Con la castración oral ejecutada al año, el padre tiene otro año para tomar importancia, por su propia cuenta y no por el discurso de la madre, en la mismisidad de su hijo, de tal manera que él pueda estimular la independencia de su pequeño y el deseo de conocimiento tanto de personas como de objetos ajenos a su núcleo familiar.

En cuanto a la independencia, esta solo se puede obtener con el manejo motriz de los procesos de control de esfínteres –antes, durante y después o sea en los procesos de limpieza-, lo mismo que en las interacciones dialogadas entre padre e hijos sobre esta función.

La castración anal debe darse por el individuo por el cual el niño se identifica con su sexo –el modelo envidiado y que con gestos y palabras le prohíbe comportamientos motores indeseables según las leyes del grupo porque son dañinos tanto para sí mismo como para otros-.

Antes de desarrollar la castración edípica como tal, se encuentra la castración genital no edipica, la cual se produce simultáneamente con el proceso de enseñanza del dominio de los esfínteres anal y uretral, o sea a los treinta meses aproximadamente.

En esta etapa, el infante toma consciencia de sus características sexuales y nota las diferencias corporales con las personas del sexo contrario producto de la formación de los padres ante los cuestionamientos de sus hijos, así como de las conversaciones con otros niños o de la visualización del cuerpo desnudo en los padres.

El hijo admite la presencia de las particularidades de sus partes distintivas, por lo cual su identidad sexual la construye a partir de ese reconocimiento. Los padres necesitan estimular en su hijo la curiosidad en los aspectos concernientes a la sexualidad sin propósitos genitales –como vienen los niños, la erección durante la micción en los niños, dar libertad para hablar de sus sensaciones íntimas..-, lo cual permite lograr que el pequeño ponga atención en estos tópicos y deje de hacerlo con las temáticas referentes al tracto digestivo –boca, intestinos, ano-.

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