Tal como se ha analizado en escritos anteriores del presente blog, el adulto entre 25 y 40 años puede desestabilizarse emocionalmente por cuatro temáticas principales: La independencia económica de sus padres, la obtención de la estabilidad laboral, las relaciones equilibradas de pareja y la tenencia de los hijos.
Algunas personas de estas edades presentan crisis en un tópico singular de los anteriormente mencionados, puesto que sienten que no han desarrollado o no vislumbran un camino adecuado a seguir, mientras que otros individuos tienen inconvenientes en varios o la totalidad de estos temas.
La mayor cantidad, de jóvenes entre 25 a 40 años, que no logran solucionar sus crisis de manera satisfactoria, siguen intentando hacerlo sin cuestionarse sobre que aspectos de su sí mismo han imposibilitado la consecución de logros. Intentos que ejecutan con mayor esfuerzo y ahínco que con el deseo de conectar sus emociones con lo objetivo –el mundo externo-.
Por el contrario, un porcentaje relativamente bajo de los adultos de estas edades que sufren estas crisis propias de su periodo de vida, han asociado que parte importante de sus inconvenientes personales son producto de una mismidad disfuncional, la cual al tener muchos vacíos, no permite la generación de herramientas emocionales para combatir con eficacia las situaciones conflictivas.
Esta baja cantidad son las personas que acuden a los procesos con un profesional de la salud mental, aceptando que tienen la necesidad que un otro terapéutico direccione el encuentro consigo mismo, ayudándole de esta manera a re-significar la historia, y descubrir con esto, fortalezas desconocidas en el instante de la terapia, para enfrentar las crisis que se están presentando hasta el momento.
Adultos que han disminuido bastante su afán de reconocimiento social, tanto así que pueden dar significado a su subjetividad, por lo cual sus motivaciones se repartirán entre los procesos terapéuticos con las demás actividades que hacen parte de su cotidianidad.
El adulto entre 25 y 40 años tiene la capacidad de desarrollar un proceso terapéutico cuando puede enfrentarse adecuadamente a sus resistencias internas, disfrazadas de la necesidad de ser descubierto por otros a nivel social. Resistencias que provocan solamente enfocar sus esfuerzos en este objetivo -lograr el reconocimiento de los otros-.
Adicionalmente, la realización de este proceso exige que el adulto de estas edades, haya podido superar las representaciones negativas que algunos allegados o familiares significan en este camino por recorrer. Representaciones que se manifiestan en algunas verbalizaciones como “No necesitas que nadie te diga como vivir”, “No estas loco/a”….
El sujeto de esta edad inicia este camino de conocer las características tanto de sus malestares emocionales como de aquello que se oculta, al igual que las ganancias de estos síntomas, y las razones por las cuales ha tenido dificultades para la formulación de objetivos o los inconvenientes para alcanzar estos. En cuanto a sus malestares emocionales, uno de los propósitos del quehacer del terapeuta, se relaciona con permitir que el adulto de esta edad los exprese, restándole carga emocional con esta práctica.
Sin embargo, el individuo se da cuenta que estos temas no solo se encuentran asociados a su presente, sino a su pasado, especialmente aquel lejano, específicamente la niñez y al vínculo afectivo con sus padres en esta época de su crecimiento.
La incentivación de recuerdos de la infancia dentro del proceso terapéutico, necesita producirse mediante una relación vinculante del adulto con el profesional, en la cual este último sea investido por el paciente con una energía similar a la que en sus años de niño, especialmente en su primera infancia, coloco a sus padres.
De esta forma, dicho lazo terapéutico puede transformar los afectos inadecuados que el adulto, por una variedad de razones, ha tenido con sus figuras parentales, convirtiéndolos en características propias que favorecen el aumento de sus cualidades en las variadas facetas –adaptación a lo social, interacciones con el otro y consigo mismo, cognición, relación con su cuerpo, proyectos de vida…-.
Enlace emocional, el cual permite que el adulto signifique con alta importancia las retroalimentaciones e interpretaciones que el profesional ofrece, originando de esta manera procesos de pensamiento internos dentro de la sesión y entre una y otra, acerca de los temas dialogados y aquellos con los cuales se asocia, pudiendo conseguir una significación de la realidad que contiene mayor cantidad de variables a las que concebía anteriormente de cada encuentro terapéutico.
La nueva forma que el adulto entre 25 a 40 años crea acerca de su propia realidad es posible por el conocimiento que toma de sus memorias reprimidas –memoria emocional asociadas a situaciones, algunas traumáticas solo para el niño de primera infancia como el destete, el proceso de interiorización de la norma…, y otras traumáticas desde un punto objetivo como separación de los padres, maltrato intrafamiliar o abuso sexual-. Conocimiento que solo es permitido porque estos hechos cohibidos se manifiestan en un discurso con el otro terapéutico.
Mediante esta exteriorización, y mediante el direccionamiento del profesional, el adulto tiene la potencialidad para integrarlo con su memoria a la cual se puede acceder fácilmente, dando como resultado una visión propia que propiciará enfrentar efectivamente los desafíos tanto del medio como de sí mismo.
El autor de este escrito siente que es esencial que los adultos entre 25 y 40 años que aparentemente son sanos puesto que no presentan inconvenientes visibles, también tengan la posibilidad realizar un proceso terapéutico, o por lo menos el acceso a algunas citas con el profesional de la salud mental.
Esto puede servir para que tenga más elementos para encontrarse con su mismidad, puesto que ha explorado, bajo el direccionamiento de un otro terapéutico, su historia, memorias emocionales y los pormenores de los vínculos afectivos con sus primeros objetos de amor –padres-, pudiendo acceder, de este modo, a un incalculable material reprimido.
Así, el adulto es capaz de construir una verdad con mayor cantidad de elementos, teniendo más herramientas emocionales para comprender su subjetividad frente a la realidad objetiva, posibilitando la invención de maneras sanas y estructuradas de existir.