Procesos terapéuticos en la mediana edad.

En la mediana edad, el ser humano vivencia una gran cantidad de emociones ambivalentes  puesto que existe una estabilidad afectiva y monetaria, lo mismo que una significación positiva de él mismo y los otros, ligada a la mayor experiencia y conocimiento,  pero también existen preocupaciones personales por los cambios físicos –aparición de síntomas físicos, menor capacidad de resistencia, modificaciones en la corporalidad, disminución del deseo de la genitalidad..-, al igual que una connotación negativa asociada a las dificultades para los procesos adaptativos, exceso de compromisos en cuanto a gastos, familia…

Dentro de la mediana edad, en la década de los cincuentas más específicamente, el individuo ocupa una significativa parte de su tiempo pensando cuáles serán las características de su vida cuando se convierta en adulto mayor, especialmente en el tema de los ingresos, tiempo libre, la salud y las relaciones afectivas –hijos, pareja, amigos-.

Los sucesos anteriormente nombrados más los desequilibrios en el estado de ánimo en las mujeres, producidos por el tema de la menopausia, junto a otras experiencias propias esta edad, como los divorcios, el alejamiento de los hijos de sus figuras parentales debido a la adquisición de su propia independencia o la obligación por comportarse, en muchas ocasiones, como padres de sus propios padres, se convierten en experiencias que movilizan demasiada carga afectiva.

Dichos movimientos internos tienen alta posibilidades de generar estragos negativos en el sujeto de mediana edad, los cuales se pueden disminuir en la medida que exista un acompañamiento de un otro terapéutico, quien a través del discurso del paciente, tiene la capacidad para direccionar este –el discurso- en el mejoramiento de su salud mental.

De esta forma, el paciente parte de una queja por la cual llega al consultorio. Queja que produce infinitos malestares psicológicos por la alta carga afectiva que tiene en el comienzo del proceso. Sin embargo, los afectos descompensadores se disminuyen en la medida en que se exteriorizan, en la medida que el paciente se da cuenta que esta queja o síntoma a pesar que produce malestares también ocasiona ganancias que son desconocidas hasta que el proceso terapéutico las descubre, y en la medida que las retroalimentaciones e interpretaciones del terapeuta, permiten asociar ideas y sentimientos de los cuales no se tenía conocimiento dentro de la sesión, y entre una y otra, acerca de los temas dialogados y aquellos con los cuales se relaciona, pudiendo conseguir una significación de la realidad que contiene mayor cantidad de variables a las que concebía anteriormente de cada encuentro terapéutico.

Las intervenciones del terapeuta solo serán concebidas de manera provechosa por el paciente, si él ha adquirido con el profesional una relación vinculante, pudiéndolo investir con una energía similar a la que en sus años de niño, especialmente en su primera infancia, coloco a sus padres.

Este lazo vinculante y las interpretaciones del terapeuta alrededor de este fenómeno,  permiten que el paciente de mediana edad se dé cuenta que los temas con los cuales llega a cada consulta, no solo se encuentran vinculados con su presente, sino también a su pasado, especialmente aquel lejano, específicamente la niñez y al lazo afectivo con sus padres en esta época de su crecimiento.

A la vez que el paciente, incentivado por las verbalizaciones del profesional, tiene la posibilidad de enlazar presente con pasado, el vínculo emocional con este otro que lo escucha, puede  transformar los afectos inadecuados que el adulto, por una variedad de razones, ha tenido con sus figuras parentales.

Como resultado, estas memorias se re-significan, de manera que se convierten en características propias que favorecen el aumento de sus cualidades en las distintas facetas –adaptación a lo social, interacciones con el otro y consigo mismo, cognición, relación con su cuerpo, proyectos de vida…-.

La nueva forma que el adulto de mediana edad crea acerca de su propia realidad es posible por el conocimiento que toma de sus memorias reprimidas –memoria emocional ligada a situaciones, algunas traumáticas solo para el niño de primera infancia como el destete, el proceso de interiorización de la norma…, y otras traumáticas desde un punto objetivo como separación de los padres, maltrato intrafamiliar o abuso sexual-.

Mediante esta exteriorización, y mediante el direccionamiento del profesional, el adulto tiene la potencialidad para integrarlo con su memoria a la cual se puede acceder fácilmente, dando como resultado una visión propia que propiciará enfrentar efectivamente los desafíos tanto del medio como de sí mismo.

Por los efectos positivos de un proceso terapéutico, el adulto de mediana edad ha integrado lo conocido y lo desconocido de su pasado, junto a sus ambivalencias o puntos extremos de su personalidad, desarrollando una marca particular con la cual puede enfrentar funcionalmente el presente.

Al mismo tiempo, esto favorecerá su sana adaptación para concebir a sus padres, quienes en muchas ocasiones sufren de deficiencias cognitivas drásticas, como hijos puesto que deben velar por su bienestar físico y mental sin esperar ningún tipo de retribución, lo mismo que la aceptación que en los años próximos serán adultos mayores por lo cual tendrán declives naturales, junto a la creación de la inquietud y el deseo para reinventarse mediante la planeación de un proyecto de vida para vivir con bienestar emocional, social, físico y económico las últimas tres o cuatro décadas de vida.

El  autor de este escrito siente que es esencial que los adultos de mediana edad que aparentemente han tenido resultados funcionales en enfrentar los conflictos de la edad media sin la ayuda de ese otro terapéutico, algo que se puede observar en que  no presentan inconvenientes visibles, también tengan la posibilidad de realizar un proceso de esta índole, o por lo menos el acceso a algunas citas con el profesional de la salud mental.

Esto puede servir para que tenga más elementos para encontrarse con su mismisidad, puesto que puede explorar, bajo el direccionamiento de un otro terapéutico, su historia, memorias emocionales y los pormenores de los vínculos afectivos con sus primeros objetos de amor –padres-, pudiendo acceder, de este modo, a un incalculable material reprimido.

Así, el adulto es capaz de construir su propia verdad con mayor cantidad de elementos, teniendo más herramientas emocionales para comprender su subjetividad frente a la realidad objetiva, posibilitando la invención de maneras sanas y estructuradas de existir.

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