
Cuando los hijos acaban de cumplir los 18 años, una gran cantidad de padres de familia se relajan en cuanto al cuidado de su descendiente puesto que sienten que es una persona independiente desde el punto de vista emocional, por lo cual no necesita supervisión.
En la mayor parte de las ocasiones, este sentimiento corresponde a un imaginario, el cual se aleja de las características de su hijo, quien a pesar que se supone ha superado la adolescencia, sigue comportándose de manera egocéntrica, sin asumir responsabilidades, y visualizando a los padres como rivales y con quienes se debe desafiar su autoridad, y no como orientadores.
Dicho imaginario que no corresponde al real, es un ideal que esta cambiando con la modernidad pero que ha estado desarrollado desde que el ser humano vivía en la pre-historia puesto que a los 18 años, el sujeto tenía total independencia de sus padres en la parte emocional y el sostenimiento de sí mismo.
De esta forma, los padres de familia que han sentido la adolescencia de su hijo como algo amenazante, tensionante y una experiencia cercana a lo traumático, visualizan su adultez –cumplimiento de los 18 años- como el comienzo de conseguir la tranquilidad dentro del hogar.
Al pensar así, ellos no vuelven a realizar seguimientos y tampoco orientaciones acerca de sus comportamientos éticos, productivos –sea en la esfera laboral o estudiantil-, relacionales, normativos, produciendo que el hijo sienta que los padres tienen un interés muy escaso por él.
Los padres que piensan de este modo, han encontrado la excusa perfecta para deshacerse de la responsabilidad emocional con su hijo, la cual tampoco ha sido ejercida de forma eficaz durante el periodo de la niñez y de la adolescencia, llegando incluso hasta puntos próximos a una negligencia emocional.
De esta forma, el hijo en estos años se siente más alejado de lo que sus padres son y representan, por lo cual pueden derrumbar aquellas cosas positivas que han interiorizado de ellos, conservando las luchas por el poder que tuvieron durante la totalidad de la adolescencia, y teniendo alta posibilidad de adherirse a actividades, agrupaciones o personas –vínculo de pareja- en las cuales encuentren protección, no importa que clase de principios tengan.
Estos padres que piensan de este modo, no se han dado cuenta sobre la importancia de la supervisión que tienen que hacer a sus hijos, puesto que ellos –sus hijos- al ser significados por la sociedad y por ellos mismos como mayores de edad, en combinación con el duelo producto de la terminación de la adolescencia y de la época del colegio, sienten una inmensa presión que los puede impulsar para la iniciación o intensificación de comportamientos disfuncionales –adicción a sustancias alucinógenas y embriagantes, adicción al juego, pertenencia a grupos con actividades por fuera de la ley o realización de estas, hábitos de salud poco saludables…-.
El nuevo adulto joven puede manejar de manera eficaz esta presión si cuenta con la colaboración proactiva de sus padres, quienes con sus intervenciones un poco menos normativas que en la adolescencia pero igualmente contenedoras, pueden darse cuenta si su hijo quedo estancado en la etapa de la pubertad o sobrepaso emocionalmente estos años.
Las figuras parentales deben establecer con su hijo espacios de dialogo, más allá del sermón o la reprimenda, en el cual puedan conocer a su descendiente con mayor profundidad que en el periodo de la adolescencia. Esto es posible solo cuando el adulto joven siente que sus padres pasan de ser unos rivales en la lucha por el poder, a sujetos que pueden ofrecerle orientaciones eficaces.
Espacios de dialogo en los cuales el adulto joven socialice con sus padres sus sueños o motivaciones. Conocida estos sueños, tanto mamá como papá deben asesorarlos para el desarrollo de un determinado proyecto de vida y el requerimiento para acciones inmediatas que puedan dar respuesta o facilitar ese querer de su hijo.
Adicionalmente, los padres necesitan dar responsabilidades a su hijo dentro del hogar, en caso que no lo hayan hecho anteriormente. Si lo hicieron, las labores han de tener mayor importancia, sin que estas afecten su estudio o sus actividades laborales.