
El niño logra tener una representación buena de su madre desde el momento de su concepción, algo que se complejiza después del nacimiento. Representación buena ligada a los vínculos afectivos cercanos entre madre e hijo, combinado con las acciones y las emociones positivas que resultan de esa clase de interacciones.
Igualmente, el concepto de madre mala comienza su desarrollo desde el primer día en que el embrión se ubica dentro del útero de su madre, lo cual se intensifica con posterioridad al momento del alumbramiento. Significación mala asociada a los vínculos afectivos disfuncionales entre madre e hijo, adicionado a las conductas y emociones negativas como producto de estas relaciones, junto al proceso de enseñanza de diversas normatividades.
La interpretación de madre mala parece indeseable, pero es necesaria para dar las bases en la estructuración emocional del sujeto. A pesar que es indispensable, la intensidad de esta idea de madre mala ha de ser menor y con una diferencia significativa con la interiorización de madre buena.
En efecto, la madre debe proporcionar a su hijo pequeño, cierta cantidad pequeña de incomodidades, ocasionando de este modo que sea connotada como madre mala. Esto tendrá como objetivo incentivar en el niño el desarrollo y exteriorización de herramientas emocionales y/o competencias que permitan recuperarse de ese malestar, equilibrarse emocionalmente y crear soluciones ante los problemas cotidianos que se puedan presentar.
Dicho incomodidades necesitan presentarse muy posteriormente a las interacciones funcionales de la madre con su hijo, para que él tenga memorias positivas que le permitan reponerse emocionalmente a las vivencias negativas que haya tenido con su figura materna.
Tal como se dijo anteriormente, las vivencias que el hijo simbolice como negativas o generadoras de molestia, requieren tener baja intensidad, cosa muy alejada de situaciones como maltrato o negligencia emocional, y que más bien tiene relación con la imposición de ciertas normas para la alimentación, sueño, el proceso paulatino de ausencia-presencia..
Algunas madres, debido a procesos internos patológicos que están viviendo, basan el vínculo con su bebé en una cercanía tan supremamente intensa, que se convierten en algo disfuncional puesto que no proporcionan la oportunidad para que su hijo conciba competencias por sí mismo, o aplique aquellas que ha adquirido en el vínculo con su figura materna.
Estos procesos internos están caracterizados por concebir a su hijo como propiedad privada y no como miembro de una cultura, de tal manera que ejecutan acciones perjudiciales que impiden que el pequeño adquiera una organización mental óptima en sus vínculos presentes y posteriores con su entorno –él mismo, demás sujetos y objetos-. Acciones egoístas de la madre cuyo propósito es no tener algún tipo de sufrimiento producto de la separación con su hijo o que por medio de la relación fusional con el pequeño pueda reponerse de un proceso de divorcio, maltrato de pareja..
Dichas madres se olvidan de dar algunas negativas y normas básicas –horarios de alimentación, dormir en su propia cama junto a pasar la noche sin despertarse a partir del tercer mes..- a su niño, se olvidan de darle la posibilidad para que el explore su ambiente cercano por él mismo o que aprenda a entretenerse solo cierta cantidad de tiempo, por lo cual su hijo no puede conseguir una independencia paulatina de su madre, algo que le conviene a ella puesto que se convierte en imprescindible para el menor, alimentando de esta manera su patología y/o narcisismo.
Sentir al hijo como una propiedad, se encuentra asociado a la resistencia de la madre acerca que su descendiente la defina con descripciones negativas, algo que pueda afectar la preferencia del menor hacia ella sobre su padre, perjudicando gravemente su autoestima, sobre todo si son padres separados.
Como conclusión, a pesar que la interiorización de madre mala con poca intensidad y con bastante magnitud de madre buena, es una cuestión sana y beneficiosa para el niño pequeño, muchas madres no desean que sus hijos las connoten de esa forma, algo que se podría explicar por disfuncionalidades del adulto.
Este deseo de la figura materna –no provocar que su hijo la signifique como madre mala sino únicamente como madre buena-, promueve que su hijo mantenga un vínculo afectivo tan cercano con ella que se convierte en nocivo, de tal manera que el pequeño no se enfrenta a situaciones conflictivas. Al no hacerlo, él no inicia el desarrollo de diversas competencias –control emocional, tolerancia a la frustración, pensamiento crítico…-, y tampoco se desarrolla a nivel afectivo, adaptativo, social, lenguaje y físico.
El inconveniente para conseguir el progreso a nivel afectivo, se refiere a la imposibilidad para visualizar a su madre, y posteriormente a las otras personas, con sus rasgos positivos y negativos, y poder integrar esos rasgos de manera que posibilite una interacción saludable con esa persona.
Ahora entiendo porqué siempre tuve tantas dificultades con mis relaciones interpersonales…
La significancia, tanto buena como mala, de la madre es fundamental para todos los procesos.