Cumplir los 18 años equivale al cierre de ciertos ciclos –la adolescencia, la educación secundaria..- que han ayudado a la persona para el desarrollo de una identidad individual caracterizada por adquirir una individuación particular respecto de sus figuras parentales.
Además de la terminación de algunos procesos, tener la mayoría de edad -18 años- en la mayor parte de países, produce la apertura de otras realidades –la adultez joven, el trabajo o la educación superior, los derechos ciudadanos..- que favorecerán la formación de una identidad social.
La identidad social esta asociada con el enorgullecimiento del individuo por pertenecer a ciertos grupos que tengan ciertas particularidades que lo hagan especiales con respectos de otros colectivos, o esta identidad también se encuentra ligada al rendimiento superior que el adulto joven tenga en estos grupos, generando la admiración y envidia de sus compañeros.
En cuanto a su deseo por lograr sobresalir de los demás, los adultos jóvenes que asimilaron emocionalmente su duelo por la terminación de la adolescencia y han podido comenzar con funcionalidad esta nueva etapa de desarrollo, han comprendido que distinguirse del colectivo requiere de esfuerzos individuales dados por la claridad en sus metas educativas y/o laborales junto a su capacidad para implementar estas metas.
La claridad en sus metas y la capacidad de implementación es un valor agregado puesto que ofrece al adulto joven una gran ventaja al interior del grupo, al mismo tiempo que permite que este individuo sea significado como necesario por sus valiosos aportes.
Valores agregados que solo se puede dar cuando el adulto joven ha interiorizado la importancia en la creación y ejecución de un proyecto de vida como forma objetiva de darle direccionalidad y coherencia a los comportamientos del individuo con su mismisidad.
Consiguiendo este reconocimiento de su grupo necesaria para su identidad social, el adulto joven también se da cuenta que esto produce autosuficiencia, en la medida en que adquiere herramientas para la independencia presente o futura respecto de sus figuras parentales.
Con un alto nivel de autosuficiencia, los adultos jóvenes aprueban y piden por parte de sus padres la orientación y consejería que ellos puedan ofrecer para el mejoramiento de sus procesos y vínculos afectivos, no tildándolos de entrometidos y tratando de adaptar esas palabras a su propia personalidad y motivaciones.
En este punto en que se mueven algunos adultos jóvenes que no se quedaron fijados emocionalmente a la adolescencia, no se encuentra concebir la palabra de sus padres como amenaza a su independencia puesto que sienten que esta es un rasgo que forma parte de su sí mismo. Dichos adultos jóvenes, re-significan a sus figuras parentales, sintiendo que ellos son modelos a imitar, mentores y en muchas ocasiones amigos.
Cuando el adulto joven no tiene metas educativas y/o laborales parcialmente estructuradas, él no tiene muchas herramientas para destacarse dentro de un grupo con objetivos productivos, y también puede tener dificultad en desarrollar, aunque sea, conductas mínimas de autosuficiencia.
La falta de metas educativas o laborales produce en cualquier sujeto, un vacío interno que ocasiona insatisfacción consigo mismo, y por ende, vínculos afectivos disfuncionales con su medio ambiente. Estas consecuencias se recrudecen en los adultos jóvenes puesto que ellos se sienten indefensos, al no tener este proyecto o realizarlo con insípida intensidad, ante las exigencias que la cultura hace a los individuos entre los 18 y 25 años.
En los casos en que el adulto joven se encuentre perdido o tenga desmotivaciones para el hacer académico o laboral, él debe iniciar un proceso terapéutico que permita, mediante el enlace emocional con el profesional, darle funcionalidad a los vínculos afectivos pasados con sus figuras parentales, para así tener la capacidad afectiva en la invención y seguimiento del propio proyecto de vida en los tópicos personales, laborales, relacionales…